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jueves, 25 de febrero de 2010

Los edukadores

¡Otra vez la burra al trigo y los cerditos al horno! Así decía mi abuela paterna cada vez que constataba que alguien era terco como una mula y persistía en conductas inadecuadas para sí mismo y para los que lo rodeaban. Por supuesto que tal sentencia iba acompañada de un ejemplar castigo: no gozar los exquisitos postres que ella elaboraba para todos sus nietos. Claro que allá por los años 60s el comportamiento inadecuado consistía en desobedecer las férreas reglas establecidas por los mayores acerca cómo los menores bajo su tutela tendrían que respetar su autoridad a costa de todo. Por ejemplo: no ser rezongones; obedecer TODO lo que los mayores mandaran sin rechistar; sacar excelentes calificaciones (nueves y dieces); no ensuciarse la ropa a todo lo largo del día; no despeinarse aún cuando soplara un tornado a nuestro alrededor; comerse todo lo que nos sirvieran sin dejar ni una migaja; ir a dormir a las 7 de la noche y no faltar a las clases de catecismo los sábados; pero sobre todo...no hablar nunca y por ningún motivo con desconocidos; muy lejos estaba todavía la internet, que tantos y diversos peligros lleva a los hogares donde existen niños solitarios. Ayer se suicidó la sobrina de una amiga de tan sólo 14 años, a causa de amistades que había conocido en la red. La policía está siguiendo una pista realmente macabra. Nosotros crecimos con los cuentos de las abuelas, ¡porque ni siquiera había televisión!

El resultado: La Sociedad de los poetas muertos, Rebelde sin causa, Al este del Paraíso, Nido de ratas, Nacidos para perder, y finalmente, el Ché Guevara, el LSD, el amor libre (?) y el SIDA. La Generación del 68 partió en dos la manera de llevar la existencia en un antes y después de nosotros. El mundo cambió notablemente y los jóvenes de hoy ni siquiera lo perciben ¡vaya! tampoco los de mi propia generación, que fuimos los causantes de todo lo que hoy vemos y que nos repugna, nos asusta y nos asquea.

Claro que "lo que bien se aprende, nunca se olvida", así que pasado el deslumbrón y muertos los ideales de la juventud, nos casamos, tuvimos hijos, tratamos de meterlos en las mejores escuelas para que les inculcaran (a huevo), los mismos valores; compramos una casita de donde saldríamos sólo con los pies por delante; adquirimos un auto en cómodas mensualidades procurando siempre que fuera un poco más lujoso que el del vecino; llevamos a nuestros hijitos a Disneylandia, y finalmente, inclinamos la cabeza y aceptamos el yugo para jalar la carreta hasta nuestra muerte. Pero el cambio ya se había hecho, nuestros hijos son más libres -o al menos, así lo creen- de lo que jamás fuimos nosotros; presumen de tener otros valores (¿cuáles?), y van por la vida sin brújula ni meta, no se casan ni en defensa propia, odian a sus padres (la mayoría de las veces sin motivo), y rechazan todo lo que según ellos vaya en contra de su muy peculiar manera de vivir. Nunca han sido maltratados como lo fuimos nosotros, no han luchado contra ningún sistema -ya fuera patriarcal o de gobierno-, no se les privó de postre ni se se obligó a regresar a casa antes de las diez, como dice la canción de Serrat. Pero como esta manera de llevar las cosas, no los llevó ni los ha llevado a ningún lado, las nuevas generaciones comienzan a comportarse de forma distinta; la llamada generación X va quedándose rezagada y los chavitos vuelven la vista al pasado, miran deslumbrados hacia la mítica y legendaria generación del 68 y...¡Otra vez la burra al trigo y los cerditos al horno! como decía mi abuela; chavos de Europa -que van adelante siempre y con muchos años, respecto al tercer mundo-, comienzan a luchar de nuevo y por los mismos ideales que tuvimos nosotros a los mismos años. De esta manera, los treintones de latinoamérica quedan como generación sándwich y perdidos para siempre en la nada, salvo muy valiosas excepciones, claro.

Todo este debraye, para recomendarles una película alemana que vi el domingo en la Cineteca y que está súper. Es una maravillosa muestra de cómo hacer cine con muuuuy bajo presupuesto pero con mucha inteligencia. Se llama Los edukadores, así, con K, nos hace pensar, reír como enajenados y tiene un final de antología. Recomendada para los amargueitors de todas las generaciones y de todos los países del mundo. Realmente...¡qué ridículos hemos sido todos creyendo que podíamos cambiar al mundo! Vayan, cómprense unas palomitas y la consabida coca; siéntesense cómodamente y dispónganse a gozar viéndose en un espejo nada, nada empañado. El tema, es el que acabo de desarrollar en los anteriores renglones, ni más, ni menos.




1 comentario:

Carlos Niebla Becerra dijo...

ZaZ! pues a ver si me puedo dar una vuelta por la cineteca :)