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lunes, 8 de febrero de 2010

El hombre serio


Hace unos días, sucedió algo curioso: todos mis amigos comenzaron a recomendarme, a sugerirme, a advertirme, que si pensaba asistir a una sala de cine para ver la más reciente película de los hermanos Coen -todos saben que soy una de sus más fieles seguidoras-, no lo hiciera de ninguna manera, pues se trataba de un film de judíos, para judíos. Que era lento y aburrido, además de que no había quien lo entendiera, pues desconociendo la gente, las costumbres, la religión, y las tradiciones judías, la película era de un aburrido... difícilmente aceptable para un público más o menos normal.

Tengo por norma no seguir los consejos que me den respecto al juicio de nadie en cuestiones culturales, y menos tratándose de cine, por ejemplo, todo el mundo estaba fascinado con Avatar, y no es que siguiera las sugerencias de nadie, pero fui a verla y constaté personalmente que la película más taquillera en la historia del cine, era, es, y seguirá siendo un fiasco, una historia deleznable para las masas que se conforman con poquito y se resisten a pensar, comportándose como niñitos de pecho con sólo unos efectos especiales espectaculares; el cine debe aspirar a más que eso.

Así que, desoyendo los consejos de mis amigos me fui al cine a ver El hombre serio. Eso fue el viernes y todavía estoy gozando por la excelente impresión que me dejó en todos los sentidos. Primero, un guión inteligente que desde el ingenioso comienzo nos abre un sinfín de expectativas acerca de lo que vendrá después; y lo que vemos después, es el desarrollo de una historia sui géneris como pocas que yo haya visto. A los pocos minutos captamos que ese judío looser que habita en unos suburbios desolados y deprimentes en donde las casitas iguales se pierden en el horizonte y en donde no se mira ningún árbol; que vive con una esposa insatisfecha que lo menosprecia y le es infiel; que tiene dos hijos poco menos que retrasados mentales que no dan una; que tuvo que dar cobijo bajo su techo a un hermano bueno para nada, que ha dedicado su vida a descifrar, basándose en las matemáticas, el gran misterio de cómo ganar en los juegos de apuestas; que vive muy angustiado por el inmenso temor de perder su trabajo como profesor de matemáticas en una secundaria en donde todos sus alumnos se duermen de puro aburrimiento... ¡es nada menos y nada más, que un Job de la década de los sesentas! Rodeado de una humanidad, mala, infiel, traicionera, drogadicta -comenzando pop su propia familia-, es el único hombre justo que queda en el mundo.

Poco a poco, ese Dios inclemente y justiciero del Antiguo Testamento, le va quitando todo; primero la mujer, que lo echa de su propia casa porque no se ve bien que sigan viviendo juntos en el proceso de divorcio; después, a su hermano, que es detenido por la policía acusado de sodomita, pederasta y jugador; despojado por su vecino goy (no judío), de su propio jardín, que comienza podando y termina cercándolo con la idea de construir en él; ¡y para colmo de sus males! se ve él mismo cercado por la tentación de aceptar el soborno de un estudiante vietnamita que no entiende nada de nada y necesita aprobar el examen de matemáticas. Obviamente, como todo judío, acude a un rabino joven que no le ayuda en nada; después, a otro rabino maduro que sólo habla a base de sentencias bíblicas más crípticas que la pirámide de Keops y que tampoco le puede ayudar. En esos momentos de desesperación busca ávidamente señales de Hashem (Dios), para que lo guíe y lo reconforte, pero el silencio es la única respuesta que recibe. Por otro lado, tiene que enfrentar el juicio de divorcio que emprende la esposa infiel en su contra, además de que necesita defenderse del vecino atrabiliario, para mantener intacta su propiedad. Cuando por fin encuentra a un abogado, por supuesto judío y -bastante caro-, para que se haga cargo de sus casos, éste muere inexplicablemente, de un ataque fulminante al corazón.

Mientras la historia va desarrollándose, yo no dejaba un momento de carcajearme a todo pulmón, y conociendo la historia de Job y la de Lot, de la que también tiene reminicencias, pueden imaginar que yo estaba en la orilla del asiento esperando el descenlace y al final...¡Claro que no contaré el final! ¡Vayan al cine a ver una de las historias más hilarantes que he visto! No cabe, al menos, no me cabe a mi la menor duda, de que los hermanos Coen se han ido refinando, porque toda esta maravillosa historia está contada con un humor finísimo e irreverente, con el humor que sólo los inteligentes pueden hacer y otros, apreciar.

Está de más decir que en este film no veremos ningunos efectos especiales, que El hombre serio, no necesitó de millones y millones de presupuesto, que ahí, sólo hay inteligencia y más inteligencia; y que, con todo y seguramente -así lo quiera Hashem-, estará nominada para llevarse el Oscar a la mejor película, y entonces corroboraré lo que digo a mis alumnos de la Universidad del Cine Independiente: "Entiéndanlo chicos, sin historia no hay película, sin una excelente historia, no habrá nunca un Globo de oro, ni un Oscar, sin inteligencia, por parte de los creadores y los espectadores, sencillamente el cine estará destinado a desaparecer" . Al tiempo, al tiempo...

¡Ah! y por supuesto, reclamé encolerizada a los amigos que me recomendaron no verla, su poca sensibilidad y falta de cultura cinematográfica.

1 comentario:

Carlos Niebla Becerra dijo...

ORALE! pues se me antojó verla luego de tu review! ya la platicaremos en persona :)