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martes, 29 de julio de 2008

Por si no te vuelvo a ver



Entrar en una librería con la intención de salir de ella con uno o varios libros en una bolsa y la expectativa de pasar algunas horas interesantes mientras los leemos, es una aventura que llevo practicando toooda mi vida. En muy pocas ocasiones algún vendedor deseoso de convencer a un lector desprevenido se acerca y me ofrece algún libro que supone, me pueda interesar. La mayoría de las veces me recomiendan textos de autoras, siempre de mujeres y nunca de Historia, Filosofía, o novelas dignas de un Nobel; siempre novelitas rosas de Angeles Mastreta, Rosa Montero, Isabel Allende y demás compañía. La verdad es que si una quiere sentirse totalmente discriminada como mujer o ente pensante, hay que ir a una librería, cualquiera que ésta sea, no importa. Todos los vendedores dan por sentado que cualquier mujer que entre, va a buscar algún librito que la entretenga y "no la haga pensar". De hecho, la mayoría de las mujeres eso es lo que piden.


Hay, en el Centro Comercial Perisur, una librería a la que llevo asistiendo muchos años y a la que por curiosas razones no había ido en los últimos seis meses. Nada más entrar, me dí cuenta de que algo había cambiado. Ya no había en la mesa de novedades ningún buen libro que pudiera interesarmeme, como en otras ocasiones; todos los que ahí se encontraban eran de diversos "códigos". Había códigos secretos hasta del zumbido de las abejas, vidas secretas de todos los personajes de la historia y la Biblia y una montaña de libros de "superación personal", inteligencia emocional, y un sinfín de zarandajas por el estilo. Supuse que se trataba de estrategias de mercadotecnia, pues si una librería se encuentra a dos pasos de la entrada principal del "Palacio" en un mall de moda del sur de la ciudad, se sientan obligados a atraer a las mujeres con cerebro de pájaro que asisten a dicha tienda departamental.


De cualquier manera entré y después de mucho buscar, vi que en los rincones más oscuros estaban los tesoros que buscaba. Ahí, en los más altos anaqueles, muy lejos de donde cualquier persona los pueda mirar y muchos menos alcanzar, estaban los mejores libros, escondidos como si se avergonzaran de ellos, como si fuera pecado querer leerlos. Armándome de valor, subí a una escalera que alguien había dejado olvidada y tomé uno de Pamuk, otro de Márai y estaba a punto de alcanzar uno más de Auster, cuando me sorprendió uno de los vendedores. Después de prevenirme sobre el peligro de que una persona de mi edad subiera a una escalera para alcanzar libros que no valía la pena leer, me recomendó uno de una autora que "estaba siendo comparada con el mismísimo García Márquez". Por supuesto, no le creí, y para confirmar que decía la verdad, me mostró el catálogo de Planeta. Y allá voy, después de más de cuarenta años de leer compulsivamente toda la buena, muy buena, excelente, literatura que se ha escrito y se escribe en el mundo, caí en la trampa por pura y absoluta curiosidad.


El tal libro: Por si no te vuelvo a ver, la bisoña, tonta, cursi y malísima autora: Isabel Martínez-Belli, así, como lo leen, con guión para hacer notorio el apellido de su querida tía: Gioconda Belli, tan mala como ella, en este caso, creo que es genético. Pues bueno, no tuve que llegar a casa y llevar a cabo todo el elaborado rito que efectúo antes de sentarme cómodamente a leer, que consiste en hacer un buen café expreso, poner a la mano una cajetilla completa de cigarros y desconectar el teléfono. No, en este caso, la curiosidad me carcomía el alma. Así que entré corriendo al primer Sanborns que ví, en donde ya ni siquiera dejan fumar, pedí un café malísimo y me dispuse a devorar el libro. Me bastó la primera frase para darme cuenta de lo malo que era, pero con un optimismo digno de encomio y mejor causa lo terminé en poco más de media hora.


La culpable del bodrio en cuestión es una españolita que estudió en la Ibero, se casó con un mejicano, como ellos dicen, y se creyó con derecho a recrear el tema de la Revolución Mexicana. ¡Imagínenselo! Digo, si es que tienen muuuucha imaginación. Nada más terminarlo, corrí de nuevo a la librería, que como ya deben imaginar ustedes, había cambiado de gerente, ahora, es gerenta. Le pedí, de la manera más educada posible que me cambiara el libro o me regresara el dinero, pero me mandó de un empujón hasta dentro del "Palacio". Avergonzada de que alguien me viera salir de dicha tienda a donde entro de vez en cuando sólo a comprar galletas, y con el libro en la mano, me dirigí al primer depósito de basura y lo arrojé en él procurando hacer mucho ruido y que cuando menos los que por ahí fueran pasando vieran perfectamente la portada y no fueran a pagar casi $200.00 que yo pague por él.


De todo ésto, saqué dos conclusiones: primera, no importa que uno lleve más de treinta años impartiendo clases de literatura en las mejores escuelas y universidades, siempre existe el peligro de que nos engañen; segunda: que no existe por ningún lado una verdadera, seria, reflexiva y profunda crítica literaria. Las editoriales pagan a los supuestos "críticos" para vender sus productos, ellos cobran, y otros, que no nos pusimos a tiempo las pilas, nos llevamos el coraje de nuestra vida. Hoy, no quise ser seria ni profunda, hoy sólo me quise reír un poco de lo tonta y curiosa que fui. Sólo me queda por decir una cosa: Mira, Isabelita Martínez-Belli, por si no te vuelvo a ver, te lo digo de una vez: eres falsa de toda falsedad, cursi hasta el vómito, kitsch hasta el ridículo, ignorante de nuestra historia hasta la risa y definitivamente mala, mala, mala.

3 comentarios:

Carlos Niebla Becerra dijo...

El "marketing de guerrilla", el telemarketing, y en general, toda la publicidad, se basa precísamente en hacer llegar productos a consumidores idiotas (de hecho, para ser ejecutivo de una empresa de publicidad, es un requisito ó ser tan idiota como los consumidores, ó conocerlos lo suficiente, lo que es increíblemente raro). Hoy, con herramientas de compra como Internet, es fácil para alguien inteligente buscar los mejores productos (y los mejores precios) y hacerse de ellos sin necesidad de ninguna publicidad. La publicidad en general es obsoleta cuando es posible encontrar y comparar literalmente todos los productos que nos pueden interesar, pero seguirá siendo necesaria para las masas que no usan su cerebro. El fenómeno de hacer marketing en las artes no es nuevo, de hecho viene y va como las mareas. Lo peor es cuando se ven involucradas las propias compañías que publican arte (como las editoriales) y aún más cuando hacen uso de compañías de "relaciones públicas" (lo más bajo en la cadena de inteligencia publicitaria). Ayer se dió un acontecimiento similar al de este librito de tu artículo, pero en el mundo de Internet: anunciaron con bombo y platillo un nuevo "buscador" que "sería el sucesor de google", y luego de leer el "press release" (algo que hacen las compañías de relaciones públicas y publicidad) me di cuenta de que el dichoso producto no servía para nada (algo equivalente a oir "será la nueva García Márquez"), fuí a ver su sitio web y corroboré que era una basurita... la moraleja es: si algo se anuncia, es que no es lo suficientemente bueno como para destacar por si solo.

Julieta dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Anónimo dijo...

La entrada me lleva, sin escalas, a mis propias experiencias en la librerías del péndulo, donde la "literatura en inglés" ocupa tan sólo un anaquel y los libros se pelean por ver cuál de ellos acumula más polvo.
Dado que no cuento con un salario que me permita darme lujos como el suyo, no he pasado por esta decepción más que en España, hace justamente año y medio, cuando compré una novela, con una excelente crítica (en la revista del avión). El libro (Diario de una mujer adúltera, del francés Curt Leviant) resultó ser un engaño de 400 páginas y 25 euros muy mal contado: ni es un diario, ni lo escribe una mujer y es narrado desde un punto de vista machista en extremo. Desde entonces no me aventuro a leer autores nuevos y, mucho menos, a explorar las mesas de "novedades".