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miércoles, 16 de julio de 2008

El Tiempo


Un conejo al que siempre se le hace tarde, un cocodrilo que persigue al capitán Garfio y que con su tic tac le recuerda que el tiempo pasa y no ha podido atrapar a Peter Pan, y éste a su vez que no quiere que el tiempo pase para no llegar nunca a ser adulto; relojes en las muñecas de hombres y mujeres que corren apresurados sin que nadie los espere al final de la ruta; relojes en los edificios públicos, templos, torres, glorietas y anuncios digitales; estaciones de radio que dan la hora cada minuto; el Big Ben que no se ha atrasado ni un minuto en cien años; relojes en los aeropuertos, estaciones de autobuses y trenes; relojes en los tableros de los autos, los quirófanos y, ¡el colmo! en las funerarias. Relojes digitales, de cuerda, de pilas, de arena, de sol; en el celular, en la computadora; relojes despertadores, en las estufas, en el televisor y en el aparato de radio. Relojes en la estratósfera, en el fondo del mar y bajo la tierra. El hombre, a lo largo de su historia no ha sentido nunca tal fascinación como la ha sentido, siente y sentirá por el tiempo.

Yo sólo sé que mi tiempo se está acabando, porque, además de todos los relojes que he mencionado, existe otro del que casi nadie habla: el reloj interno que todos poseemos y que marca constante e inclementemente todos los segundos de nuestra vida. Ese cruel reloj que comienza a dar avisos de que la cuerda se le está acabando, lanzando pequeñas señales que no queremos reconocer. La primera de ellas es la soledad. Todos comienzan a irse, todos corren como alguna vez lo hicimos nosotros tras de un destino que no existe, que no existía ni existirá nunca, que sólo es una ilusión que alguien inserta en nuestro "disco duro" para hacernos sentir que estamos haciendo algo, lo que sea, pero que nuestra vida no será en vano. Que dejaremos alguna huella de nuestro paso por esta Tierra baldía, como decía Elliot.

Hay otros que dicen que podemos burlar al tiempo, que podemos retornar a un tiempo indeterminado de nuestras vidas si las condiciones que existían entonces de alguna manera vuelven a repetirse una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez, como afimaban Nietzche, Borges o Casares. Yo he querido hacerlo, se los juro, he querido hacerlo una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez...¿Y quieren que les diga algo? Si algún día lo logro, ya no sabré para qué lo he hecho, ni siquiera sé si quiero hacerlo en verdad.

Hubo alguna vez en Dinamarca un príncipe loco que supo la verdad: que nada, absolutamente nada tiene sentido para nadie, y esa cruel verdad llevó a la tumba a todos lo que lo rodeaban, también a él, por supuesto. Y sin embargo, aunque algo olía muy mal en Dinamarca, al otro día salió el sol igual de radiante que el día de la tragedia. Ofelia seguirá eternamente flotando en las heladas aguas de un río eterno; el viejo rey seguirá pidiendo a su úncio hijo que vengue su muerte y el príncipe loco seguirá llevando a un grupo de actores al palacio para que digan a la corte del reino las verdades que él no se atrevió a decir, porque sabía que nada tiene importancia,que nada sirve para nada.

Mi reloj, se detiene un poquito cada pocos segundos, después reanuda la marcha a pasos cansados, acompañado de jadeos casi imperceptibles para todos, pero aterrorizantes para mí. Y hay miles de preguntas en mi mente que quisiera hacer todavía, pero que, como el príncipe aquél, que supo siempre toda la verdad, no me atrevo a pronunciar, porque sé como él, que nada tiene sentido.

Estoy muy despierta, sorbiendo literalmente por todos los poros de mi piel el tiempo que no existe, el que inventamos, el que anhelamos y el que se nos va en cada exhalación, estemos dormidos o despiertos, finalmente, y como dijo otro poeta: ¿vivimos cuando soñamos?
Yo no tengo reloj despertador, no necesito que nadie me despierte. Me gusta dormir y tener sueños, sé que esa es la verdadera vida, y curiosamente, en ninguno de mis sueños he visto jamás un reloj.

1 comentario:

Brianna dijo...

dificil, cruel, terriblemente cierto