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jueves, 25 de febrero de 2010

Los edukadores

¡Otra vez la burra al trigo y los cerditos al horno! Así decía mi abuela paterna cada vez que constataba que alguien era terco como una mula y persistía en conductas inadecuadas para sí mismo y para los que lo rodeaban. Por supuesto que tal sentencia iba acompañada de un ejemplar castigo: no gozar los exquisitos postres que ella elaboraba para todos sus nietos. Claro que allá por los años 60s el comportamiento inadecuado consistía en desobedecer las férreas reglas establecidas por los mayores acerca cómo los menores bajo su tutela tendrían que respetar su autoridad a costa de todo. Por ejemplo: no ser rezongones; obedecer TODO lo que los mayores mandaran sin rechistar; sacar excelentes calificaciones (nueves y dieces); no ensuciarse la ropa a todo lo largo del día; no despeinarse aún cuando soplara un tornado a nuestro alrededor; comerse todo lo que nos sirvieran sin dejar ni una migaja; ir a dormir a las 7 de la noche y no faltar a las clases de catecismo los sábados; pero sobre todo...no hablar nunca y por ningún motivo con desconocidos; muy lejos estaba todavía la internet, que tantos y diversos peligros lleva a los hogares donde existen niños solitarios. Ayer se suicidó la sobrina de una amiga de tan sólo 14 años, a causa de amistades que había conocido en la red. La policía está siguiendo una pista realmente macabra. Nosotros crecimos con los cuentos de las abuelas, ¡porque ni siquiera había televisión!

El resultado: La Sociedad de los poetas muertos, Rebelde sin causa, Al este del Paraíso, Nido de ratas, Nacidos para perder, y finalmente, el Ché Guevara, el LSD, el amor libre (?) y el SIDA. La Generación del 68 partió en dos la manera de llevar la existencia en un antes y después de nosotros. El mundo cambió notablemente y los jóvenes de hoy ni siquiera lo perciben ¡vaya! tampoco los de mi propia generación, que fuimos los causantes de todo lo que hoy vemos y que nos repugna, nos asusta y nos asquea.

Claro que "lo que bien se aprende, nunca se olvida", así que pasado el deslumbrón y muertos los ideales de la juventud, nos casamos, tuvimos hijos, tratamos de meterlos en las mejores escuelas para que les inculcaran (a huevo), los mismos valores; compramos una casita de donde saldríamos sólo con los pies por delante; adquirimos un auto en cómodas mensualidades procurando siempre que fuera un poco más lujoso que el del vecino; llevamos a nuestros hijitos a Disneylandia, y finalmente, inclinamos la cabeza y aceptamos el yugo para jalar la carreta hasta nuestra muerte. Pero el cambio ya se había hecho, nuestros hijos son más libres -o al menos, así lo creen- de lo que jamás fuimos nosotros; presumen de tener otros valores (¿cuáles?), y van por la vida sin brújula ni meta, no se casan ni en defensa propia, odian a sus padres (la mayoría de las veces sin motivo), y rechazan todo lo que según ellos vaya en contra de su muy peculiar manera de vivir. Nunca han sido maltratados como lo fuimos nosotros, no han luchado contra ningún sistema -ya fuera patriarcal o de gobierno-, no se les privó de postre ni se se obligó a regresar a casa antes de las diez, como dice la canción de Serrat. Pero como esta manera de llevar las cosas, no los llevó ni los ha llevado a ningún lado, las nuevas generaciones comienzan a comportarse de forma distinta; la llamada generación X va quedándose rezagada y los chavitos vuelven la vista al pasado, miran deslumbrados hacia la mítica y legendaria generación del 68 y...¡Otra vez la burra al trigo y los cerditos al horno! como decía mi abuela; chavos de Europa -que van adelante siempre y con muchos años, respecto al tercer mundo-, comienzan a luchar de nuevo y por los mismos ideales que tuvimos nosotros a los mismos años. De esta manera, los treintones de latinoamérica quedan como generación sándwich y perdidos para siempre en la nada, salvo muy valiosas excepciones, claro.

Todo este debraye, para recomendarles una película alemana que vi el domingo en la Cineteca y que está súper. Es una maravillosa muestra de cómo hacer cine con muuuuy bajo presupuesto pero con mucha inteligencia. Se llama Los edukadores, así, con K, nos hace pensar, reír como enajenados y tiene un final de antología. Recomendada para los amargueitors de todas las generaciones y de todos los países del mundo. Realmente...¡qué ridículos hemos sido todos creyendo que podíamos cambiar al mundo! Vayan, cómprense unas palomitas y la consabida coca; siéntesense cómodamente y dispónganse a gozar viéndose en un espejo nada, nada empañado. El tema, es el que acabo de desarrollar en los anteriores renglones, ni más, ni menos.




sábado, 20 de febrero de 2010

EL HOMBRE LOBO


El cine del siglo XXI comenzó con la maravillosa e impactante trilogía del Señor de los Anillos y la mamona pero exitosísima serie de Harry Potter; pasando por la Brújula Dorada, Las Crónicas de Narnia y otra serie -para jovencitos que aún no estrenan su cerebro pero que se divierten a lo grande-, esta vez de vampiros: Eclipse, Luna Nueva y Crepúsculo, que los adolescentes de los 60´s no hubiéramos aceptado nunca por pedestre y mala; así como otras películas que ni siquiera recuerdo bien. Todavía quedan por estrenar El Hobit y alguna otra secuela -¡Ya párenle, por favor!-, de Harry Potter; y como si no fuera suficiente, llega hasta las pantallas otra historia acerca de un mito tan antiguo como la misma Biblia, en dónde nos cuentan que el rey Nabucodonosor se convierte el lobo por sus maldades. El licántropo también está presente en la mitología griega, hindú, egipcia, etc. A estas alturas, ya es casi imposible rastrear el comienzo del Mito, pero algún día lo lograremos, como en el caso del Vampiro. Dándonos cuenta de que el siglo XXI comienza con cine y literatura sobrenatural, mágica, fantástica y de ficción, nos queda claro que los dueños del mundo están educando a las nuevas generaciones para que desarrollen una imaginación que hoy por hoy, está literalmente MUERTA.
En esta ocasión, la acción transcurre (como en casi todas las versiones), en Inglaterra y en los albores del siglo XX. Un viejo aristócrata (Anthony Hopkins), es el último cabo de raza de una especie ya en extinción: la nobleza rural de Europa, dueña de miles y miles de acres, de castillos y palacios; de bosques y lagos; de hombres, y hasta de sus propias almas. Señores de horca y cuchillo, descendientes orgullosos de siniestros antepasados: los señores feudales de la Alta Edad Media. Encerrados a piedra y lodo en viejos palacios y castillos que se caen a pedazos, y rodeados de una modernidad que detestan con toda su alma, resultado de una revolución industrial que tarde o temprano acabará con ellos.
Saben que morirán para dejar paso a un mundo que no comprenden, que odian, pero que ante todo desprecian con todo su corazón: la burguesía y el pueblo rudo e ineducado. Una Nueva Organización Mundial que desplazará a sus antiguos sirvientes y trabajadores del campo, para hacerlos vivir como ratas en las atestadas, insanas y malolientes ciudades, a donde se dirigirán para trabajar en las fábricas y ser parte de un nuevo mundo tecnologizado, que pone al hombre a competir contra las máquinas y que no los hará vivir mejor, sino más infelices, si es que eso puede ser posible, pues ya ni siquiera verán el sol ni las estrellas, desaparecidas para siempre tras una perpetua nube de gases pestilentes. Está por demás decir y dejar claro que ese idílico mundo que pregonaban los demócratas y liberales del siglo XIX, NO ES, NI SERÁ, el paraíso que se esperaba y que NUNCA a todo lo largo de la historia del hombre, se había vivido en un mundo tan violento como en el que ahora vivimos (?)

En este escenario, se desenvuelve una historia ya anacrónica que sin embargo sigue interesando a los espíritus románticos y nostálgicos como el que yo poseo, ni modo, lo acepto sin avergonzarme por ello. En los alrededores del palacio en ruinas de esa familia que ya lo ha perdido todo y sólo espera la muerte, comienzan a ocurrir una serie de asesinatos espantosos e inexplicables; ya saben, es una historia que hemos visto muchísimas veces y contada de la misma manera, como un eterno y terrorífico retorno a los mismos caminos, a los mismos pensamientos, a los mismos monstruos que habitan y han habitado dentro de nosotros mismos. Están todos los ingredientes para una película de terror: el viejo castillo, un secreto de familia, unos crímenes horrendos, y el forastero que llega a descubrir de qué se trata. Siempre será un acierto llamar a Hopkins al casting de un film, pero debo suponer que este ennoblecido (fue nombrado Sir, por la reina de Inglaterra), actor inglés, anda corto de fondos, pues se ha dejado encasillar en la interpretación de seres indudablemente atroces y depedradores, como el antropófago Hannibal, y ahora, El Hombre Lobo. Él es mucho mejor actor que eso, pero los euros son llamativos, ni duda cabe. Lo acompaña otro buen actor: Benicio del Toro, que en este caso, está totalmente fuera de lugar haciendo el papel del hijo de Hopkins, incluso el vestuario que lleva le queda mal, sentimos la incomodidad que causa en Benicio, usar la ropa de una caballero inglés del siglo XIX, está totalmente fuera de lugar. El papel de la casta y virginal heroína, recayó en Emily Blunt, que se puede decir, está sólo a un nivel medio y nada más, y por último, la dirección, -buena, porqué no decirlo-, pero caótica en gran parte del film, de Joe Johnston.

Lo interesante de este film, es que la premisa cambia radicalmente, el decadente noble inglés (Hopkins), ya no mira la maldición que lo aqueja, como algo que deba rechazar y ver como algo verdaderamente espantoso. Él acepta al Mal, al verdadero MAL que se escribe con mayúsculas y con miedo; y goza con él, como ninguno o casi, ninguno de los espíritus medrosos y vacilantes que poseen el noventa por ciento de los habitantes actuales de este mundo, lo haría, y digo casi, porque, después de cavilar unos segundos, a mi sí que me gustaría ir del lado oscuro, si ahí se me diera el poder de eliminar a unos cuantos que están de más en este lado.

Por supuesto que recomiendo esta puesta en escena, que sin llegar a ser grandiosa, es diferente. La dirección de arte es muy buena, la ambientación, sublime, y el único gran pero: Benicio del Toro, que está bien de agente anti-narco y en la frontera México-EUA, pero totalmente fuera de lugar en un castillo ruinoso de la Edad Media. Sólo para pasar un buen rato y dejar fuera de la oscura sala cinematrográfica, el naco e ignorante mundo que nos rodea.

jueves, 11 de febrero de 2010

La teta asustada


Latinoamérica, ay, latinoamérica ¿hacia dónde vamos? ¿hacia dónde nos dirigimos si no tenemos ni brújula ni meta? Llevamos ya cinco siglos en un alumbramiento eterno, no acabamos de nacer pero de morir tampoco; ni siquiera podemos ponernos de pie y caminar a donde nos lleven nuestros pasos; a donde nos lleven el viento y nuestras ganas; a bajar al mar o a subir una montaña. Sufrimos de una ataraxia que sólo aqueja a los pueblos del sur, a los pueblos bajo el Trópico de Cáncer, a los pueblos sin memoria, sin Dios y sumidos en la NADA.

A ritmo de cumbia nos arrastramos por el lodazal, torpes como gusanos que nunca verán la luz, ni ascenderán a los cielos. Fausta es así, como muchos de los que habitamos en este subcontinente, en este pedazo de planeta tan lleno de sufrimiento y de injusticia; ella no ha visto el mar, sólo ha visto la miseria y el miedo; mujer niña que canta sus penas, que inventa sus canciones y exorcisa con ellas sus demonios; es el fruto de un vientre violado, Fausta es una teta asustada, como les dicen en el Perú; una flor sin perfume que germinó bajo el ruido de la metralla.

Fausta tiene un solo amor: su madre. La madre no tiene nada, sólo su odio le ha pertenecido, y a él se aferra hasta que se le termina el tiempo sin que acabe de terminarse el odio. Algún día tuvo un huerto y sembró en él lo que quiso, pero siempre son más fuertes las querencias y abandonamos a veces un paraíso para caer de bruces en el infierno. No somos dueños de nada, ni siquiera de un pedacito de tierra que cobije nuestro cuerpo cuando morimos; no habrá siquiera una cruz, a veces, ni siquiera un cuerpo. Nos vamos como llegamos, solos y bañados en lágrimas, solos y amortajados con nuestro sudario, la única pertenencia que nos llevamos.

Fausta se queda sola, con el cadáver de su madre y sin una moneda en la mano para poder enterrarlo. Fausta tiene tanto miedo que mete en su vientre una papa, una papa que da retoños en vez de hijos, una papa que crece e invade todo su mundo y su cuerpo, pero prefiere eso que el sufrimiento que presenció en su madre. Fausta canta y gana perlas, ella llevará a su madre a conocer el mar, tendrá por fin un pedazo de tierra en donde enterrarla. En latinoamérica hay muchas Faustas; muchas niñas violadas como la madre, aterrorizadas, como Fausta. Y de su paso por el mundo, no queda nada, quizá un túmulo de tierra que los perros escarban; a veces un hoyo en el desierto o unas cenizas que el viento levanta. Una madre que las llora, un vestido de XV años; una foto en una caja de zapatos y una llaga en el alma.

La teta asustada está nominada para el Óscar a la mejor película extranjera. Este film no nos dice nada nuevo, no nos muestra desgraciadamente una realidad extraña; no no es desconocido ni nos espanta; es el pan nuestro de cada día. Y no, no podemos perdonar a los que nos ofenden, ni esperamos un paraíso ni a ningún mesías. Los hombres deberían pensarlo dos veces y con mucho cuidado; somos la mitad del mundo y ya estamos hartas. No vamos a pedir favores, exigiremos lo que por fuerza nos toca, lo que otras se han dejado quitar; lo que desprecian las más; lo que la mayoría de mujeres ni siquieran echan en falta: la Libertad de hacer lo que nos plazca, de pisar fuerte en el mundo sin nadie que nos diga que debemos ir dos pasos atrás, o que somos la sombre que impulsó a un hombre (marido o hijo), para que llegara muy alto; la libertad de llevar la frente muy alta, sin burkas, o velos, o papas; de salir o entrar sin tener que pedir permiso a nadie; de leer muchos libros; de llevar cortas las faldas; de una vez y para siempre, y por los siglos de los siglos, hasta que este pinche mundo acabe.

La teta asustada

lunes, 8 de febrero de 2010

El hombre serio


Hace unos días, sucedió algo curioso: todos mis amigos comenzaron a recomendarme, a sugerirme, a advertirme, que si pensaba asistir a una sala de cine para ver la más reciente película de los hermanos Coen -todos saben que soy una de sus más fieles seguidoras-, no lo hiciera de ninguna manera, pues se trataba de un film de judíos, para judíos. Que era lento y aburrido, además de que no había quien lo entendiera, pues desconociendo la gente, las costumbres, la religión, y las tradiciones judías, la película era de un aburrido... difícilmente aceptable para un público más o menos normal.

Tengo por norma no seguir los consejos que me den respecto al juicio de nadie en cuestiones culturales, y menos tratándose de cine, por ejemplo, todo el mundo estaba fascinado con Avatar, y no es que siguiera las sugerencias de nadie, pero fui a verla y constaté personalmente que la película más taquillera en la historia del cine, era, es, y seguirá siendo un fiasco, una historia deleznable para las masas que se conforman con poquito y se resisten a pensar, comportándose como niñitos de pecho con sólo unos efectos especiales espectaculares; el cine debe aspirar a más que eso.

Así que, desoyendo los consejos de mis amigos me fui al cine a ver El hombre serio. Eso fue el viernes y todavía estoy gozando por la excelente impresión que me dejó en todos los sentidos. Primero, un guión inteligente que desde el ingenioso comienzo nos abre un sinfín de expectativas acerca de lo que vendrá después; y lo que vemos después, es el desarrollo de una historia sui géneris como pocas que yo haya visto. A los pocos minutos captamos que ese judío looser que habita en unos suburbios desolados y deprimentes en donde las casitas iguales se pierden en el horizonte y en donde no se mira ningún árbol; que vive con una esposa insatisfecha que lo menosprecia y le es infiel; que tiene dos hijos poco menos que retrasados mentales que no dan una; que tuvo que dar cobijo bajo su techo a un hermano bueno para nada, que ha dedicado su vida a descifrar, basándose en las matemáticas, el gran misterio de cómo ganar en los juegos de apuestas; que vive muy angustiado por el inmenso temor de perder su trabajo como profesor de matemáticas en una secundaria en donde todos sus alumnos se duermen de puro aburrimiento... ¡es nada menos y nada más, que un Job de la década de los sesentas! Rodeado de una humanidad, mala, infiel, traicionera, drogadicta -comenzando pop su propia familia-, es el único hombre justo que queda en el mundo.

Poco a poco, ese Dios inclemente y justiciero del Antiguo Testamento, le va quitando todo; primero la mujer, que lo echa de su propia casa porque no se ve bien que sigan viviendo juntos en el proceso de divorcio; después, a su hermano, que es detenido por la policía acusado de sodomita, pederasta y jugador; despojado por su vecino goy (no judío), de su propio jardín, que comienza podando y termina cercándolo con la idea de construir en él; ¡y para colmo de sus males! se ve él mismo cercado por la tentación de aceptar el soborno de un estudiante vietnamita que no entiende nada de nada y necesita aprobar el examen de matemáticas. Obviamente, como todo judío, acude a un rabino joven que no le ayuda en nada; después, a otro rabino maduro que sólo habla a base de sentencias bíblicas más crípticas que la pirámide de Keops y que tampoco le puede ayudar. En esos momentos de desesperación busca ávidamente señales de Hashem (Dios), para que lo guíe y lo reconforte, pero el silencio es la única respuesta que recibe. Por otro lado, tiene que enfrentar el juicio de divorcio que emprende la esposa infiel en su contra, además de que necesita defenderse del vecino atrabiliario, para mantener intacta su propiedad. Cuando por fin encuentra a un abogado, por supuesto judío y -bastante caro-, para que se haga cargo de sus casos, éste muere inexplicablemente, de un ataque fulminante al corazón.

Mientras la historia va desarrollándose, yo no dejaba un momento de carcajearme a todo pulmón, y conociendo la historia de Job y la de Lot, de la que también tiene reminicencias, pueden imaginar que yo estaba en la orilla del asiento esperando el descenlace y al final...¡Claro que no contaré el final! ¡Vayan al cine a ver una de las historias más hilarantes que he visto! No cabe, al menos, no me cabe a mi la menor duda, de que los hermanos Coen se han ido refinando, porque toda esta maravillosa historia está contada con un humor finísimo e irreverente, con el humor que sólo los inteligentes pueden hacer y otros, apreciar.

Está de más decir que en este film no veremos ningunos efectos especiales, que El hombre serio, no necesitó de millones y millones de presupuesto, que ahí, sólo hay inteligencia y más inteligencia; y que, con todo y seguramente -así lo quiera Hashem-, estará nominada para llevarse el Oscar a la mejor película, y entonces corroboraré lo que digo a mis alumnos de la Universidad del Cine Independiente: "Entiéndanlo chicos, sin historia no hay película, sin una excelente historia, no habrá nunca un Globo de oro, ni un Oscar, sin inteligencia, por parte de los creadores y los espectadores, sencillamente el cine estará destinado a desaparecer" . Al tiempo, al tiempo...

¡Ah! y por supuesto, reclamé encolerizada a los amigos que me recomendaron no verla, su poca sensibilidad y falta de cultura cinematográfica.

jueves, 4 de febrero de 2010

Festejos del Bicentenario

Faltan menos de ocho meses para los festejos del Bicentenario y ni siquiera yo, que tengo una imaginación verdaderamente desmesurada y bastante calenturienta, me puedo imaginar qué tienen o han tenido en su vacía cabeza, qué imaginan hacer, o qué planean, los organizadores de una fiesta que debería ser importante para todos los mexicanos, pero ciertamente, las cosas no están en el país para fiestecitas arrabaleras, como seguramente lo serán, si es que se llevan a cabo. Ya saben, banquetes suntuosos en el castillo de Cahpultepec, para los gobernantes, empresarios, líderes de opinión e invitados extranjeros; toda una inmensa chus fauna (apócope de chusma y fauna), de gorrones; en donde veremos entrar a toda esa bola de monas (changas, como la de Tarzán), vestidas con las mejores marcas, que por cierto les quedan muuuuy mal; y las fiestas populares en el Zócalo -con garnachas, buñuelos, globos, saltapericos y fuegos pirotécnicos para el ignorante pueblo mexicano, al que siempre se le contenta con tan poco. Ya ni siquiera piden pan, porque no se los darán, si acaso a Paquita la del Barrio, que les cantará para que exorcicen sus traumas por ser tan nacos e ignorantes.

En primer lugar, el costo, -que desembolsaremos TODOS-, será inmenso y la verdad es que están haciendo falta muchas cosas más importates que gastar un dineral que haría falta para otras cosas más urgentes. Por ejemplo, pararle el alza a los combustibles, que eso lleva a una inflación galopante. Las tan llevadas y traídas fiestas, sólo servirán para que se sirvan con la cuchara grande los organizadores. Al pueblo mexicano sólo le interesa lo que le icumbe directamente a él, y desconocedor de toda su historia, es incapaz de sentir orgullo y desconoce la dignidad; así que será el dinero más malgastado y mal invertido que tiremos a la calle. La vida de un mexicano promedio es levantarse -eso sí, muy temprano-, asistir a una oficina en donde finge que hace algo; salir a comer unos tacos llenos de materia fecal en una sucia banqueta y terminar el día en cualquier cantinucha en donde transmitan el juego de futbol, que eso sí, no se perderían ni que estuvieran velando a su madre. LO REPETIRÉ HASTA EL CANSANCIO, NO TENEMOS NADA QUE FESTEJAR.

NUNCA, a lo largo de los 200 años que tenemos como país independiente, lo hemos sido verdaderamente, México depende de muchos países y de muchas circunstancias: de su petróleo, (QUE SI HAY, Y MUCHO, NO SE DEJEN ENGAÑAR), de los migrantes y de E. U., sólo por decir algunas, y cada día será más y más dependiente, en este mundo globalizado, deshumanizado e imbecilizado, si no se pone, y pronto, las pilas. De la Revolución, ya ni hablar. Se pregona por todas partes y en todos los medios, que somos una república democrática, laica, libre y soberana, pero no hay nada más falso. Ni república democrática, porque vivimos en una partidocracia corrupta y vergonzante; ni libre, porque el país está repleto de caciquillos siniestros que se han ido heredando el poder y el país, a lo largo de los últimos 50 años; ¿Alguno de ustedes que tenga menos de 40 años ha dejado de ver en el escenario político a Beatriz Paredes, Santiago Creel, Francisco Labastida Ochoa, Porfirio Muñoz Ledo, Cuauhtémoc Cárdenas (toda la tribu Cárdenas), los Alemán (toda la tribu Alemán), el Peje, Fernádez de Ceballos, Amalia García y toda su nefasta parentela (adueñados del Estado de Zacatecas), Agustín Monreal y sus narcos hermanos (ídem); Rosario Green, Manuel Bartleth, Elva Esther Gordllo, Francisco Hernández Juárez, Carlos Salinas de Gortari, Dolores Padierna y su marido Bejarano, el naco ladrón de las ligas; Matí Batres (y toda su parentela), y tantos y tantos, que llenaría varias páginas. Siempre las mismas caras horribles y odiadas; siempre tragando de nosotros, viviendo de nosotros, robándonos a nosotros, como vampiros eternos en una noche que ya se va haciendo también interminable. Tampoco es laica, porque los políticos que pregonan que sí lo es, ni siquiera saben su significado, además de que todos son unos mandilones que hacen lo que sus espositas les dicen, y van a misa a darse golpes de pecho, bautizan a sus engendros, se casan por la Iglesia y piden los santos óleos cuando sienten que la pelona se acerca, pero todo en lo oscurito; soberana ni madres, siempre ha pedido permiso a Los Estados Unidos hasta para ir al baño, ¿y democrática? Ojalá y nunca lo sea, porque el pueblo mexicano, hoy menos que nunca en su Historia, está preparado para gobernar, nada más hay que fijarse en cómo estamos.
En la reforma política, entre muchas de las cosas que propone el presidente Calderón, está la de reelegir diputados, senadores y presidentes municipales, como si no se estuviera llevando a cabo esa repetición desde hace mucho, mucho tiempo. Se retiran los padres, llegan los hijos, les suceden los nietos, los hermanos, los cuñados, las amantes, las concubinas y nada más falta que hereden sus puestos a sus sirvientes, a sus chachas -perdón, eso ya se dio con Rosario Robles, descendiente de criados de los Cárdenas-, nos falta nada más, que nombren diputados a sus perros, y seguramente nos iría mejor. Pero no tiene la culpa el indio...

¿Y que decir del clero? ahí, como los cargos son vitalicios, llevamos años viendo la cara de espantoso ídolo malhecho de Rivera Carrera, y la del innombrable, vulgar, desenfrenado y degenerado, obispo de Ecatepec, Onésimo Zepeda. Par de buitres, -perdón, no quiero que esos animalitos que sólo viven de acuerdo a su naturaleza, se sientan insultados- ¡faltaba más! Antes, siquiera los obispos y cardenales eran otra clase de gente, ahora son puros nacos malvivientes que entran a engrosar las filas de los que no hacen nada, pero que se la pasan muy bien; a ejercer su siniestro oficio de tinielas para que nadie piense por sí mismo ni se salga del huacal; nacos, pobres, feos e ignorantes, que llegan a la Iglesia para comer, pues en sus pueblos, ni siquiera nopalitos, y para ejercer la pederastia sin recibir ningún castigo por ello. Ay, no pueden siquiera imaginar el cansancio y la frustración que me embarga, no lo pueden imaginar...