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viernes, 28 de agosto de 2009

¿LIBERACIÓN?



La iglesia católica ha tratado de silenciar a toda costa a los promotores de la Teología de la Liberación como Ernesto Cardenal, quien fue regañado en púlico por el Papa durante su visita a Nicaragua en 1983.






El pasado lunes 24 dio comienzo el Primer Congreso de Teología de la Liberación aquí en la ciudad de la desesperanza y el caos. La sede: el Claustro de Sor Juana primero; el y Centro Universitario Cultural después; los ponentes: los pensadores y fundadores de tal teología; el público: perdido en una inmensidad que los rebasó por completo.

Todos hemos escuchado algo, de alguien, en algún lugar perdido en nuestra memoria, pero pocos sabíamos con certeza de qué se trató o se sigue tratando la Teología de la Liberación. Aquí en México, escuchamos mucho y durante largo tiempo, que el Movimiento Zapatista de Liberación Nacional estuvo fundamentado en la tan llevada y traída Teología de la Liberación. Todos los analistas políticos de este país bananero invertían horas y horas hablando del movimiento armado, pero seguramente siguen sin saber nada de su fundamentación teológico-filosófica y así seguirán; y ante su total incapacidad para comunicar a sus oyentes la profundidad de dicho movimiento, el pueblo se quedó solamente con la imagen del subcomandante Marcos.

Han pasado muchos años desde entonces, desde que el inefable ex presidente Fox aseguró en los medios que él acabaría con dicho movimiento en quince minutos. Textualmente, sus palabras fueron: "Acabaré con ese movimiento en quince minutos". Repitan la frase mirando su reloj. Se darán cuenta de que sólo invirtió quince segundos, el tiempo exacto en que un político aquejado de esdrujulismo tarda en pronunciar dichas palabras. Me explico: al haberlos invitado a la ciudad de México, poner al ejército nacional para que hicieran valla al Zapatour (como le llamaron los mismos zapatistas, al viaje que hicieron a la capital), durante todo su trayecto; permitir que los líderes del grupo rebelde hablaran en el Congreso; que Marcos pronunciara un discurso dizque incendiario en la principal explanada de la UNAM; que se alojaran en la Escuela Nacional de Antropología e Historia; que los entrevistaran todos los medios del mundo y prometer que se impondría la justicia y se daría salida a todas las peticiones de los rebeldes... sentó un precedente que nos debería haber hecho pensar en lo que vino después: desinfló completamente cualquier intento de rebeldía en el grupo disidente. ¿Cuándo se había visto en la historia de la humanidad algo parecido? Ni en mis sueños más desmesurados podría vislumbrar que el César hubiera permitido la entrada triunfal de Espartaco y sus huestes a la ciudad de Roma. Claro que dicen que aquí no existe una monarquía, pero en los hechos y diariamente, constatamos que así es. Si todo lo que pides te lo condeden, -en este caso, fingieron que lo concedían-, te dejan hablar, llegar a los foros más importantes y decir lo que buenamente puedas o quieras, entonces... ¿dónde quedó la lucha?

No me malentiendan por favor, los pocos que pensamos en este país, sabemos que un político mexicano miente desde el cavernoso y pestilente seno que lo alimentó; que nunca se pensó en justicia y equidad para los pueblos crucificados, como supe que les llaman los teólogos de la liberación; que sólo se les dejó, al menos públicamente y a los ojos del mundo, que hicieran y dijeran lo que quisieran, mientras al mismo tiempo, seguían masacrándolos en sus lugares de origen. Aceptémoslo, Fox cumplió con su promesa y Marcos cayó en la trampa. Sólo que nadie ha querido o podido verlo.

Parecería ser que el papa más siniestro que ha tenido la Iglesia Católica, logró sus propósitos. ¿si no, porqué el más siniestro de nuestros presidentes reanudó relaciones con el todavía más siniestro Vaticano? La meta: acabar en un dos por tres con la Teología de la Liberación y que los pueblos sigan crucificados ¿quién habla ya de los pueblos del color de la tierra? y que conste, Marcos siempre me pareció el más grande de los payasos. Escogió usted mal a su subalterno, señor comandante Samuel Ruiz.

Lo que vi en el Congreso fue lo siguiente: en primer lugar indiscutible y además cabeza y creador de la Teología de la Liberación, a un jesuita llamado Jon Sobrino, español, por supuesto; en segundo, a una pléyade de jesuitas también españoles en su mayoría, aunque había algunos salvadoreños, lugar de donde se expandió a toda latinoamérica, la idea de liberar a los pueblos oprimidos. Pocas veces a lo largo de toda mi vida, que ya va siendo muuuuy larga, vi tanta inteligencia en un mismo recinto (y no estoy siendo irónica). Constaté, aunque he leído infinidad de libros sobre el tema, que esa hermandad, la de Jesús, es lo único que vale y ha valido la pena a lo largo de 2,000 años de historia, en la Iglesia Católica.

Una sola cosa he deseado siempre en mi vida, que Dios ponga en mi camino gente inteligente, y hasta ahora, he logrado borrar de mi entorno a los imbéciles. En este caso, fue de verdad iluminador haber tenido la preciosa oportunidad de conocer a estos hombres extraordinarios, y digo conocer, no sólo sentarme en una butaca a escucharlos, conocí a varios que platicaron conmigo durante horas, que me invitaron (sólo a mi), a sentarme con ellos, que me escucharon con paciencia y atención y que recordaré con respeto toda mi existencia. No quería ir, me llevaron a ese Congreso, ahora puedo decir que en él estaban las personas más sabias que he tenido la suerte de conocer. A mi, que no me gusta creer en lo que no veo, me pareció que enmedio del árido mundo en el que vivimos, siendo mujer y seglar, viviendo en un país estúpidamente machista y pendejo, me tocó la mejor parte.

Qué lástima, que como siempre, la gran mayoría ni siquiera supo, sabe, ni sabrá lo que pasó a sólo unos pasos de ellos, porque como siempre, están mucho más ocupados en cosas que sólo deberían ser importantes para nuestros ancestros que habitaban en las cavernas. ¡Envídienme los que estén conscientes y hasta la próxima!

viernes, 21 de agosto de 2009

TERMINATOR



El cine es una de mis pasiones, y como tal, no conoce límites. A lo largo de mi vida he visto toda clase de películas: en todos los colores y dimensiones; acerca de todos los temas y géneros y en todos los idiomas; de todos los países y de todas las épocas; desde sus inicios y hasta el último estreno; con actores muy buenos y otros deleznables; dirigidos por genios o chapuceros sin ningún valor. He visto miles de películas pero sólo algunas se han quedado conmigo a lo largo de muchísimos años. Y definitivamente muy pocas quedarán en mi mente el día que yo desaparezca de este mundo. Esta es una de ellas.

A lo largo de las décadas que he dedicado a la más grande de las artes, he visto evolucionar y revolucionar todo. Entrar a un cine es y seguirá siendo para mí, las más grandiosa de las aventuras. El cine no es para verlo en casa por muy grande que sea la pantalla que tengamos en ella; no es para verlo en soledad, sino para compartir con muchos, con cientos o miles, las emociones que genera y espero siga generando, pienso que cuando ya no haya gente en las salas de cine, habremos perdido lo último que nos quedaba para hacer este mundo más vivible y soportable.

Cuando algunas veces he sentido que el cine ya se agotó y que difícilmente harán algo nuevo para sorprendernos, llega una película como Terminator Salvation y me deja callada, emocionada al límite, clavada materialmente en la butaca, esperando no sé qué, con los ojos fijos en la pantalla oscura, hasta que los encargados de la limpieza, llegan para hacer su trabajo y decirme de alguna manera que el film ya terminó, que debo salir para entrar de nuevo al desolado y gris mundo en el que vivimos, que debo salir de un futuro menos ominoso y violento, al presente en el que estamos viviendo.

En el aquí y el ahora, no hay máquinas asesinas que nos persigan con sus ojos rojos que pueden detectar el calor de nuestros cuerpos o el latido de nuestros corazones, no hay una empresa como Skynet que los construya en serie y cada vez más mortíferos para acabar con el último ser humano del planeta, no existen grupos de resistencia para defensa de los pocos que han quedado después de una guerra nuclear, no ha ocurrido tampoco una gran guerra como la primera y la segunda, que sin ser mundiales acabaron con muchos millones de personas. Por todo ésto, debería yo estar felíz al término de la proyección y dirigirme tranquila a mi casa, después de todo, sólo se trató de un film futurista, nada de lo que hay en el mundo tiene parecido con lo que acabo de mirar en la pantalla.

Aquí sólo hay inofensivos cajeros automáticos que cobran por sus servicios sumas estratosféricas; cajas de cobro automático que nos sacan mucho dinero por ocupar un cada vez más pequeño lugar en un estacionamiento al que necesariamente acudimos para ir a hacer nuestras compras; amables voces grabadas en teléfonos para indicarnos qué número marcar si queremos hacer, preguntar, contratar, denunciar o pedir cualquier cosa que necesitemos; hay quietecitos e inofensivos parquímetros en las banquetas con una insaciable hambre de monedas que nos vemos obligados a sacar apuradamente de nuestra bolsa si queremos ocupar tan sólo unos minutos un pequeño espacio en una calle que es nuestra, que pagamos y mantenemos con nuestros impuestos; hay también un sinfín de máquinas en las que hacemos los pagos de casi todo lo que consumimos. Existen otras máquinitas muy graciosas sin las cuales ya no podemos vivir: los teléfonos celulares, los Ipods, los Blackberrys, los GPS, los chips que ya instalan en mascotas y que pronto ya estarán siendo insertados en personas por la cuestión de los secuestros, y otro montón de máquinas lindas e inofensivas que desplazaron a millones de seres humanos de sus empleos. Nos dijeron que estaban ahí para hacer más eficiente el trabajo, nos vendieron la idea de que con ellas estaríamos mejor atendidos y lo creímos sin pensar dos veces, que en muy poco tiempo, las carreras carísimas que la mayoría de los tontos padres pagan en las más caras universidades, no servirán para nada, pues pronto las máquinas lo harán todo y no será necesario seguir ocupando gente. Las máquinas no cobran por sus servicios, no enferman, no hacen manifestaciones, no se van a huelga, no son corruptas, no se reproducen como hongos pestilentes y maléficos, no necesitan antioxidantes ni cirujías plásticas, no sienten envidia, no engañan, no hacen falsas promesas, no tienen ambiciones, no traicionan, no roban, no ensucian, no mienten, no luchan entre ellas, no votan. En suma: no hacen ninguna de las cosas espantosas que hacemos los seres humanos.

En el mundo no existe todavía (más que en la mente de algunos pragmáticos avanzados) una empresa como Skynet, dedicada a hacer robots en serie, pero, ¿no son acaso una fábrica de robots humanos las cadenas televisivas de todo el planeta? ¿no muestran caras, cuerpos, casas y ciudades inexistentes que todos quisieran poseer, en las que todos quisieran vivir? ¿no es cierto que para lograr lo que les muestra la moderna máquina con pantalla plana y alta resolución, muchos matan, violan, secuestran, trafican, corrompen y destruyen todo a su paso? ¿no se nos extrae hasta la última gota de sangre a través de impuestos para todo sin recibir nada a cambio? ¿no se nos vigila y hostiga todo el tiempo a través de padrones cada vez más elaborados? ¿es acaso que miento cuando digo que ya no se nos permite ni siquiera tomar la sal que apetezcamos? ¿que bebamos? ¿que fumemos? ¿que pensemos?

Cuando salí del cine, pensé que Terminator, que por otro lado diré que me impresionó por su total y absoluta perfección tecnológicamente hablando, por el guión y la producción, por sus efectos especiales, su sonido y una dirección impecable, no es una película futurista, y si lo es, se quedó muy corta. En el futuro del que nos habla, habitan seres humanos que todavía creen en ideales y luchan por ellos. Si este presente no es tan oscuro y ominoso ¿porqué tenemos tanto miedo? ¿porqué vivimos tan angustiados? ¿PORQUÉ?
La única razón que en este momento encuentro para seguir en este mundo, es esperar a la proyección de Avatar. Esperen el estreno el próximo diciembre, y por favor, véanla como debe ser: en una sala de cine.

domingo, 16 de agosto de 2009

Entre peñas














La Peña de Bernal y la Peña del Aire, son hermanas. Una más pequeña que otra, pero las dos casi desconocidas por todos. A sólo dos horas de camino desde la gran ciudad del desalieto y saliendo por la autopista a Querétaro, encontramos un maravilloso pueblo de los llamados mágicos: Bernal, un pueblo chiquito que hasta hace muy poco tiempo yacía dormido a la sombra de un monolito que por las noches se convierte en un fanstasma protector.
Dicen los que saben, que la peña tiene poderes extraños, que un manantial que nace en sus entrañas produce el agua más dulce que se ha tomado jamás y que cura todas las dolencias, hasta las del alma; que quien duerme a su sombra puede detener el tiempo y que en las noches claras se posan en ella naves con habitantes de otros mundos... lo único que yo sé, es que Bernal es un lugar en verdad muy bello. Caminar por sus desiertas calles es como caminar en el pasado, como retornar a tiempos que sólo recuerdan los viejos, los muy viejos que se sientan en las bancas de la plaza a rememorar tiempos idos. Cuando muera el último de ellos, dentro de poco, ya nadie sabrá contarnos la historia de ese pueblo, pero su hermosa Peña seguirá ahí, como mudo testigo de tiempos que nadie quiere recordar.
En el portal se sienta todos los días una anciana indígena vestida de negro y envuelta en un rebozo de bolita, todos la conocen con el nombre de Doña Jose. Sus piés están cubiertos por el polvo de muchos caminos, su rostro está surcado de arrugas y en su boca ya no queda ningún diente. Los habitantes del pueblo, la miran como si fuese un árbol, un muro o alguna calle, siempre está ahí, desde hace muchísimos años. Llega de nadie sabe dónde y de la misma manera se va a algún sitio desconocido y quizá muy lejano. Nadie se ha peguntado jamás el origen de Doña Jose. Ella se sienta con parsimonia en el piso del portal, se acomoda el rebozo y extiende su rugosa mano en señal de súplica. Y de la misma manera que nadie le daría unas monedas a un árbol, un muro o una calle, ella tampoco recibe nada.
Al comenzar a ponerse el sol, Doña Jose se levanta trabajosamente y emprende el camino de regreso hacia la nada; a pasitos cortos, lentos y muy cansados va alejándose del pueblo por uno de los tantos caminos que llevan a él. Algunos lugareños me informaron que la han visto desde siempre, desde que eran niños y jugaban en la plaza. Otros dicen que participó en la Revolución, que fue soldadera y que tuvo muchos hijos, tantos que ella misma no recuerda sus nombres; otros más, que fue castigada a vivir para siempre por haber cometido un pecado innombrable y que su inmortalidad fue el justo castigo por tan grande pecado.
Lo cierto es que Doña Jose forma parte del paisaje de Bernal y que personajes como ella ya quedan muy pocos. Cuando muera el ultimo, México dejará de ser México para convertirse en un país sin madre, sin raíces, sin tierra nutricia que lo alimente. Los sábados y domingos llegan a Bernal muchos turistas que no se interesan por la la historia de Doña Jose, que no preguntan ni se interesan por nada, sólo se detienen maravillados y miran la Peña como hipnotizados, sin hacerse preguntas ni buscar respuestas; ensucian el pueblo y se van como vinieron, igualitos, sin haber comprendido nada.
La otra peña, la del Aire, está en el borde de un gran barranco, tan grande, que separa dos Estados: Veracruz e Hidalgo. Es mucho más pequeña que la de Bernal, pero no menos impresionante. Una formación de roca basáltica que cuida un valle en donde no nace ni la mala hierba por la dureza de suelo.
Huasca es otro de los pueblos mágicos. Esta vez en el vecino Estado de Hidalgo. En el pasado fue un rico pueblo minero cuyo dueño fue Don Pedro Romero de Terreros, Conde de Regla, señor de minas, pueblos, vidas y almas. En su tiempo el hombre más rico del mundo. Dice la leyenda que invitó al rey de España a visitar esas tierras, prometiéndole pavimentar de plata el camino desde Veracruz hasta su hacienda, sabemos que el rey no aceptó la invitación y que no fue hasta hace poco tiempo que un rey de aquellas tierras se dignara a venir al continente cuyas riquezas lo llevaron a ocupar el trono que debería haber desaparecido hace mucho tiempo y que tan injustamente para toda la humidad aún ocupa.
Sentada en una banca de la plaza de Huasca, vi desfilar a los visitantes de fin de semana al lado de Don Epifanio sin dedicarle siquiera una mirada. Don Epifanio es un anciano que también forma parte del paisaje. Un ser humano convertido al paso de los años en un glifo verdeazulado y como tal, quieto. Vestido con un jorongo, un pantalón raído y un ancho sombrero deshilachado en los bordes, sólo su mano en señal de súplica nos muestra que está vivo. De nuevo pregunté acerca de quién era, (aparte del nombre), Don Epifanio. Nadie supo dar razón. Algunos dijeron que había participado en la Revolución, otros que había sido hacendado y había encontrado minas de plata, otros, que no recordaban nada de él, sólo que lo habían visto en el portal desde que eran niños. A ninguno de los dos ancianos quise hablarles, pensé que al hacerlo, me enteraría de una historia que no tendría nada que ver con lo contado por los vecinos. Sólo saqué algo en claro: en todos los pueblos de México existen todavía muchos Epifanios y Joses, en todas partes se inventan historias sobre ellos y en ningún pueblo saben nada de ellos, pero se inventan historias.
Aquí, en la gran ciudad, ni siquiera los vemos. Debe haber algunos, unos cuantos, pero llevamos tanta prisa que nos pasan inadvertidos. Nadie inventa historias sobre ellos ni les regala unas monedas, nadie se pregunta nada, nadie los mira.
Después de tres días puebleando en las cercanías de la ciudad, me hice una promesa que no pienso romper: visitar siempre alguno de esos pueblos para darme cuenta de cuánto hemos perdido, de cuánto hemos olvidado y en qué nos hemos convertido. Fui a mirar las dos peñas, y encontré a estos dos personajes. Las peñas seguirán ahí cuando todos hayamos muerto y con menos soberbia que todos nosotros, que creemos que hemos de permanecer para siempre y no nos damos cuenta que los que se han ido antes que nosotros son ahora sólo el polvo que entra en nuestros ojos cuando sopla fuerte el viento. La Peña de Bernal y la Peña de Aire tienen alma. Son estos dos ancianos de los que todos hablan pero nadie conoce. Algún día ya no estarán ahí, ya no volveré a verlos en sus portales con la mano extendida, en ese momento sabré que las dos peñas perdieron su alma, su razón de ser, que sólo son dos monolitos de fría piedra.

miércoles, 5 de agosto de 2009

En busca de libros perdidos



Hace muchos años tuve una biblioteca que se perdió en los vericuetos de mi vida. Ha sucedido que a veces, en algún puesto o tienda de libros viejos he encontrado alguno de esos libros de mi biblioteca desaparecida, puedo saber que fueron míos porque tienen anotaciones hechas por mí con tinta verde. Por más que he martirizado a mi memoria, no he podido recordar el porqué de ese color. No me gusta, siempre he preferido la tinta negra y la puntilla gruesa. Sé que son mis anotaciones porque es mi letra, inconfundible, una letra extraña, como de niña pequeña que nunca he podido cambiar. Lo curioso es que al volver a leerlos, vuelven a llamarme la atención las mismas cosas y vuelvo a anotar parecidas reflexiones -ahora con tinta oscura-, como sin en el intermedio entre tantos años -no puedo recordar cuántos-, no hubiera transcurrido el tiempo y no hubiera leído miles de otros libros, diferentes a los primeros.


Esta biblioteca, según creo recordar, era muy peculiar: en ella sólo había libros que narraban hechos insólitos e inexplicables, relataban la historia de civilizaciones perdidas, describían libros peligrosos cuya existencia negaban unos, y defendían otros con su vida, siendo quemados en hogueras infamantes por afirmar su existencia; hablaban de personajes inverosímiles que pasaban de un libro a otro con diferentes nombres pero indénticas personalidades, de catástrofes inexplicables, de dioses malvados y ángeles protectores. Recuerdo la bilioteca pero no el hecho de cómo fue que desapareció de mi existencia ni el asunto de la tinta verde.


A lo largo de los años he logrado reunir de nuevo muchos de ellos y los he ido acomodando en el mismo orden que creo recordar, tenían en el pasado. Aún faltan algunos y me aterra pensar que el tiempo no me alcance para volver a reunirlos de nuevo. Cada vez que reencuentro uno, regreso a casa corriendo, lo acomodo junto a sus compañeros y me siento a contemplar como poco a poco, ese librero va llenándose de nuevo con esos libros antiguos, ahora tocados por manos desconocidas, leídos con avidez por personas extrañas y vueltos a abandonar a cambio de algunas monedas.


Cuando los compré ya eran viejos, tenían anotaciones con lápiz, con tinta de diversos colores y hasta pedazos de papel entre sus páginas en aquel tiempo ya amarillento y ahora casi desaparecido a fuerza de ser tocado una y otra vez. Las caligrafías son distintas y puedo adivinar que algunas pertenecen a hombres y otras a mujeres, también están hechas en diferentes idiomas, he logrado indentificar unos cuantos, pero desconozco totalmente otros.


Sé que esos libros fueron escritos en otros tiempos, cuando eran míos y todavía no habían desaparecido de mi vida, cuando el mundo no era como es y cuando aún ni siquiera se pensaba que algún día fuera así. Que fueron leídos a la luz de velas, lámparas de petróleo o simplemente, bajo un árbol o en la banca de un parque ya desaparecido. De la misma manera que yo he vuelto a leerlos uno a uno y a poner las mismas reflexiones con letra muy pequeñita pues casi no queda espacio en sus páginas.


Todavía faltan algunos, dos o tres quizá, y vuelvo a pisar las mismas calles y a entrar por las mismas puertas, a buscar en los mismos estantes y a preguntar por los mismos nombres. Los rostros han cambiado, no me reciben las mismas personas, yo soy la misma y ando en busca de unos libros que perdí, no logró acordarme cómo ni cuando.