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lunes, 16 de noviembre de 2009

EL SÍMBLO PERDIDO


De nuevo, Dan Brown nos invita a entrar al mundo fascinante de los símbolos, los secretos, las Hermandades Secretas, las conspiraciones y los siempre atrayentes mundos subterráneos. Los neófitos en estos temas echan las campanas al vuelo y creen firmemente en todos los secretos "revelados", como si todo el Conocimiento acumulado a lo largo de milenios pudiese ser comprendido por mentes tiernas que sólo han leído unos cuantos libros en su vida. En su profunda inmadurez intelectual esperan ansiosamente el próximo best seller de este escritor para tener algo que comentar en el café o en las reuniones familiares, y en el interregno entre El Código Da Vinci y Ángeles y Demonios, se leen algunos de los más deleznables libros de superación personal de Jorge Buckay y Paulo Cohello.
Dan Brown es innegablemente uno de los más grandes vendedores de libros del planeta -si no es que el mayor-, y hay que reconocer sin prejuicios de ninguna clase que la estructura que maneja para contarnos sus historias es realmente genial, que maneja un lenguaje adecuado para un público poco avezado en la lectura y que mantiene entretenidos a todos sus lectores, ¡vaya! lo más importante que yo veo, es que hace leer a todo el mundo -literalmente-, y eso es algo que personalmente agradezco.
En estos momentos acabo de terminar la lectura de El Símbolo Perdido, que por cierto me llevó unas cinco horas. Durante 620 páginas esperé algo, no sé qué, algo, que no hubiese leído o escuchado con anterioridad, pero fuera de que debido a un concurso infantil, está en unos de los vitrales de la Catedral de Washington D.C. , la imagen de Darth Vader, no me dijo nada que yo no supiera y el tal símbolo perdido, resulta que nunca lo ha estado.
Durante cinco horas, seguí a Robert Langdon por los edificios emblemáticos de la capital de los Estados Unidos; recorrí la historia de una de las Sociedades Secretas más influyentes en el devenir histórico de la Humanidad; descifré símbolos secretos en pirámides perdidas; me enteré de algunos adelantos científicos -que debo confesarlo, eso no lo sabía-; resolví anagramas antes que el propio Langdon, quien por cierto en esta entrega aparece muy deslucido y más escéptico que nunca. Si al final del Código... lo vimos en la escena final ponerse de rodillas ante la supuesta tumba de la Magdalena y en Ángeles... mirar conmovido al Papa salir al balcón seguidamente a la frase habemus papam, no me explico el porqué de su escepticismo en El Símbolo. ¿Será que se está cansando de querer convencernos que no encontraremos NADA más allá?
De lo único que tengo la certeza, es de que así como El Código... llevó a muchos miles de turistas a la ciudad de París y Ángeles... a la ciudad de Roma, El Símbolo... hará entrar en las arcas del tesoro de E. U. una verdadera milloniza de dólares debido a peregrinaciones de creyentes que llegarán a Washington al recorrido en busca del Símbolo.
No siempre se compra un libro con la intención de aprender algo, algunas veces lo hacemos con la sola intención de divertirnos y éste lo logra. Si quieren pasar un buen rato siguiéndole la pista al Símbolo, cómprenlo sin ningún remordimiento, aunque algún intelectualoide amargado les diga que son parte de la masa amorfa, vil e ignorante que consume best sellers, también la diversión es parte importante de la vida ¿o no?
Por último, si alguien, un ente extraño, verdaderamente extraño, en un país en donde no se lee ni en defensa propia, quiere leer un libro extraordinariamente bueno, y ése sí, muy bien fundamentado y totalmente inaccesible para los neófitos y las mentes tiernas, descifren... si pueden, EL PÉNDULO DE FOCAULT, de UMBERTO ECO, si no lo han hecho, me lo agradecerán... ¡Definitivamente!

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