Contador

Si me diste la gran alegría de leerme, deja un comentario para que mi felicidad sea completa

sábado, 11 de julio de 2009

Soltar amarras


Me he quedado encallado en una bahía de arena. No hay a mi alrededor ni siquiera un mísero hilito de agua por que cual pueda deslizarme; quisiera volver al océano, a ese universo líquido por el que solía flotar bajo el sol o el cielo estrellado sin más meta que llegar un puerto, no importa a cual, el que fuera, un lugar en donde encuentre amigos, caras conocidas que sonrían al verme, que me digan: ¿En dónde habías estado? ¿Cómo te han tratado los huracanes? ¿Te han sido propicios los dioses? No, sólo estamos la arena, yo, y la doncella. Mi viejo andamiaje comienza a resecarse, a cuartaearse lastimosamente a causa de los caulorosos días y las gélidas noches.

Desde donde me encuentro, no puedo divisar la Constelación de Orión, eso me daría consuelo, pero ni eso siquiera. Mi ancla, antes reluciente, la que yo soltaba donde yo quería, donde sentía deseos de quedarme, se enmohece bajo el sol. A veces, una gaviota perdida llega hasta mí y se posa en mi mástil mayor ¡pobre ilusa! me digo, aquí no encontrás más que recuerdos, sonidos de batallas, amores abandonados, glorias perdidas y alguno que otro terco fantasma que se niega a abandonarnos, y si no vuelas pronto, compartirás nuestro triste y desolado destino.

Hace ya mucho tiempo, no recuerdo cuánto, escuché unos pasos solitarios sobre mi cubierta, mi viejo corazón, este corazón que ahora es sólo un montón de girones deshilachados, comenzó a latir muy deprisa, pero pronto me di cuenta que era sólo el sonido de las rotas velas al ser tocadas por el viento. En ocasiones llega hasta mí un canto extraño, dulcísimo, pero extraño, como emitido por gargantas no humanas. Creo recordarlo, estoy seguro que algún día, lo escuché muy claramente y estuve a punto de volverme loco, ¡y corrí tras él! me deslicé sobre las aguas de un mar ya desaparecido para alcanzarlo, y cuando creí tenerlo cerca, se desvaneció entre la bruma, entre una niebla amarilla y espesa, en donde sé que se pierden todos los sueños. Debo haberlo soñado. Hoy, tan sólo es un susurro que me inspira mucha melacolía.

Estamos solos, yo y la hermosa doncella que adorna mi quilla. Han habido noches en que la he escuchado llorar; llora sin lágrimas, con los ojos secos y la mirada perdida en el desolado horizonte, no debería esperar nada, pero espera. ¿Este el el fin? la escuché decir un día, ¿porqué nos dejaron vivir si al fin nos iban a abandonar? Ellos decían amarme, me susurraban palabras dulces en mis oídos y decían que les daba suerte. ¡Ay, pobre de tí, ¿no sabes que los que duran un día tienen prisa por apurar su vida y olvidan muy pronto? Deja ya de lamentarte y al menos muramos con dignidad, como vivimos siempre.

Y así pasa el tiempo sobre nosotros, una y otra vez, el sol se pone y brillan las estrellas y la luna en el firmamento, todos los días iguales, sin ninguna variación, por pequeña que ésta sea. Puedo escucharla claramente cuando sopla algo de viento, pero ella no me escucha a mí, se niega a entender que así es la vida, que ellos sólo buscaban su gloria, que ya no nos necesitan y que quizá éste sea un buen lugar para descansar al fin de tantas batallas perdidas, de tanto esquivar maremotos, de tanto luchar contra el viento.

Hace poco, sentí que mi cuerpo se estremecía, como si alguien jalara de mí o quisiera arrancarme un pedazo de mí mismo. No sé si estaba dormido o ya estoy muerto ¿existe alguna diferencia? enmedio de este duermevela eterno, alcancé a mirar una figura que avanzaba lentamente hacia nosotros, pero he visto tantos espejismos... era un hombre anciano, arrastraba los cansados pies sobre la candente playa, jadeaba por el esfuerzo y de sus ojos brotaban abundantes lágrimas, algo en él me pareció conocido ¿su voz?. Recargó su débil y aniquilado cuerpo en mí, buscando la sombra eterna que proyecto sobre este mar de arena. Durante mucho tiempo, se puso a dialogar con él mismo, dijo estar agotado y arrepentido por habernos dejado en este mar de desesperanza. Habló de glorias pasadas, de hechos heroicos, de monstruos aberrantes y terribles encerrados en laberintos, frutos de pecados sin nombre; de princesas engañadas y abandonadas. Dijo que todo había sido en vano, que era el hombre más solitario del mundo y que no tenía ni un hombro amigo sobre el cual recostar su cabeza para morir en paz. Me dio compasión y lamenté que mis velas estuvieran deshechas y no pudieran darle más sombra para que descansara al fin. Algo de todo lo que habló me pareció conocido, pero mi memoria es muy vieja y yo a veces no quiero recordar. El anciano se mostraba arrepentido de haberse dejado llevar por la vanidad, de haber abandonado a la muerte a sus hijos, de haber buscado la inmortalidad sin encontrarla.
La doncella -nunca le pusieron nombre-, lo escuchó sin decir nada, sin emitir ni siquiera un suspiro, sin interrumpirlo ni una sola vez, ni tan solo con el pensamiento. Fue entonces cuando sentí que me desgajaba, que algo se desprendía de mí y caía hasta la arena, cuando pude darme cuenta, miré a la doncella tirada en la playa; en sus hombros de madera descansaba la cabeza del héroe -que en ese preciso momento recordé-, el hombre que ganó mil batallas, que conquistó mares y mujeres, que se convirtió en leyenda y que finalmente logró ser inmortal. De su cabeza manaba un hilo de sangre que no ha dejado de fluir. Quizá pronto sea suficiente para que al fin puedas partir Argos, los barcos deben morir en el mar -dijo la doncella, abrazada eternamente al cuerpo de Jasón.

No hay comentarios: