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viernes, 3 de abril de 2009

Eduardo Galeano



El pasado 9 de marzo, y con motivo del Día Internacional de la Mujer, asistí a nuestro glorioso Auditorio Nacional, invitada por un grupo de amigas a las que quiero mucho, mucho, ¡muchísimo!, porque se tiene que querer mucho a alguien para sentarse a sufrir por más de 8 horas seguidas, -excepto una sola ponencia-, el sinfín de tonterías que van a decir ese día las representantes más distinguidas de la mujer mexicana.(¡!) Entre ellas, Gaby Vargas, impecablemente vestida con un precioso modeo de Versace; hasta una pendeja cuyo nombre no recuerdo, (y que Alá tenga en su gloria) porque yo de ninguna manera, que un día vió un gusano en la banqueta y al cabo de varios días de pasar por ahí, se encontró una mariposa, eso la hizo pensar (?) que todas podíamos cambiar, y rauda y veloz se puso a escribir un libraco que ha tenido récords de ventas, ¡Háganme ustedes el favor! Y eso no fue todo, desde la llegada lo tratan a uno como si fuera ganado rumbo al matadero. Explico: las edecanes del auditorio, que más parecen prófugas del metate, -¡Atención, señora Directora, fíjese a quién contrata!-, revisan implacablemente nuestros bolsos para ver que no llevemos ninguna clase de cámaras por aquello del Copy right, ellas dicen: copi rai. Después,y ya dentro del recinto, lo sientan a uno a empujones en el asiento en que a ellas se les antoja, no en el que nos toca por el boleto que les mostramos y que ni siquiera ven. ¡Ah! y no se le ocurra querer apartar un lugar para su amiga que a última hora decidió ir al tocador, ¡No!, tendrá que quedarse parada, porque las fieras no permiten bajo ningún motivo que se aparte un asiento. Total, que uno sale de ahí sintiendo que han sido las 8 horas más miserables de nuestra vida. Y eso que se trata de festejarnos.


Pero, ¿Porqué estoy escribiendo ésto si voy a hablar de Eduardo Galeano? ¡Pues para que se note la enoooooorme diferencia!


Ayer asistí a Cultisur, el corazón cultural de nuestra admirada y querida Universidad Nacional, específicamente a la hermosísima Sala Nezahualcoyotl. La conferencia, en la que Eduardo Galeano ¡Que Alá sí tenga en su gloria por los siglos de los siglos! anunciaría el más reciente libro que tuvo a bien regalarnos para nuestro disfrute infinito: "Espejos". Cuando llegué eran las 3.30 p.m. y ya había una fila de más o menos ochocientas personas, la inmensa mayoría estudiantes, que perfectamente bien ordenados y estoicamente aguantadores bajo un sol abrazador, esperaban ansiosos la hora de entrar. No tuve más remedio que imitarlos, y pasé a formar parte de la cola, como decimos coloquialmente los mexicanos. Casi enseguida me percaté de que había dejado sus libros -los de Galeano-, en la cajuela de mi auto y ante la disyuntiva de regresar hasta el estacionamiento por alguno de ellos, o caminar sólo unos pasos a la librería Julio Torri, que estaba frente a mí, decidí por lo segundo y compré dos. Armada con ellos, regresé a la cola resignada a esperar dos horas y media de pié y bajo un sol tan radiante como seguramente brillaría el primer día de la creación, pero sabedora de que leyéndolos, las horas se tornarían en minutos.


Ahí no había fieras edecanes, no había guardias de seguridad, nadie nos trató como si fuésemos ganado, simplemente porque no hacía ninguna falta, Eduardo Galeano, sólo inspira amor y respeto. ¡Y lo mejor de todo! nadie revisó nuestros bolsos o mochilas ni nos quitó los celulales o las cámaras; todos los asistentes le tomaron las fotografías que quisieron sin límite de tiempo ni cantidad, ni calidad; grabaron la plática e incluso subieron al estrado para abrazarlo y besarlo, y el SEÑOR, como si nada, feliz y contento, y todos los que tuvimos la inmensa suerte de asistir y escucharlo, ídem. Lo mejor de todo, fue que me enteré que el SEÑOR, pidió que se nos dejase entrar una hora antes a la sala porque pensó que debíamos estar muy cansados. Repito: ¡Que Alá lo tenga en su gloria!


Galeano habló de muchas cosas, porque son muchísimas cosas las que llenan su mente. Habló de Los Nadies, de todos nosotros, de los que nadie sabe nada, a los que nadie conoce. De nuestras luchas, nuestros anhelos, nuestras pequeñas dichas y nuestro sempiterno sufrimiento. También habló de los terribles crímenes de los grandes, los que sí son alguien, los explotadores, los políticos, los reyes y las reinas traficantes de drogas, como la reina Victoria de Inglaterra. Habló de amor, de la muerte, del dolor de vivir, de la inmensidad de Lorca y del silencio de Rulfo, nos habló de las mujeres, de la infamia que hemos sufrido a lo largo de milenios y de la lenta reivindicación a la que apenas estamos llegando. Nos habló del Holocausto de Paraguay, del que poco sabemos, porque el otro, ha sido tan nombrado que oculta a TODOS los holocaustos, incluso a algunos más grandes e infames; nos convocó a leer, a enterarnos de lo que pasa y ha pasado en el mundo antes de nuestra llegada.


Eduardo Galeano habla lento y pausado, con una voz tan dulce que acaricia nuestro corazón, sus manos se mueven independientemente de sus palabras, mientras en ellas sostiene unas pocas cuartillas, las que según él, eran unos cuentos que nos iba a leer, pero sus ojos azules y calmados como el agua de un lago en el cráter de un volcán apagado, jamás se posaron en esas cuartillas, Galeano sabe lo que dice, lo sabe de memoria y tiene la completa seguridad de que dice la verdad, no tiene que recurir a la lectura para hacernos vibrar o para recordar algún hecho histórico o algún poema. Me dió la impresión de que Galeano lo sabe todo.


Quiero terminar diciéndoles que en la vida existen poco momentos en los que sentimos que somos parte de la Divinidad, ayer por la tarde, yo lo sentí. Lo sentí con una claridad tan diáfana y estremecedora que me dió miedo. Y como para muestra sólo es necesario un botón, ahí les dejo ésto de su autoría.


La noche
Me desprendo del abrazo, salgo a la calle.
En el cielo, ya clareando, se dibuja, finita, la luna.
La luna tiene dos noches de edad.
Yo, una.