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jueves, 21 de mayo de 2009

LÁGRIMAS PETRIFICADAS


Somos el único animal que llora en este mundo. Alguien dice que también los cocodrilos pero yo sé que no es cierto. Sólo fingen. ¿Qué mecanismo en nuestro cuerpo hace que tibia y salada agua, salga de nuestros ojos aún en contra de nuestra voluntad? ¿Qué intrincada maquinaria oculta a los ojos de los científicos provoca que al leer un libro, mirar un cuadro, escuchar una sinfonía o aspirar algún perfume, nuestros ojos se llenen de lágrimas? ¿Qué parte de nuestro cerebro se pone en marcha cuando sentimos un nudo en la garganta? Si alguien lo sabe, espero respuesta inmediata.


Reímos todo el tiempo, desvergonzadamente y sin el menor pudor ante todos y en todas partes, pero nos guardamos de que alguien nos vea llorar, nuestras lágrimas son sólo nuestras y rara vez las compartimos con alguien, si acaso con nuestros seres más queridos o nuestros amigos más íntimos ¿Porqué? ¿Qué demonios son las lágrimas? ¿Para qué sirven? ¿Ganamos algo con llorar?

Yo conocí alguna vez a una mujer a la que le estaba prohibido llorar. En cuanto las lágrimas comenzaban a salir de sus ojos, los que estaban a su alrededor huían escandalizados y furiosos. "¡Cómo! ¿Tú llorando? ¡No tienes porqué hacerlo! -le decían-, mira a tu alrededor y date cuenta de que siempre habrá alguien que está peor que tú y no llores, no soporto ver tus lágrimas. No debes hacer drama porque nada sacarás con ello". Y así, esa mujer que yo conocí, aprendió a detener el llanto a voluntad.


A lo largo de los años comenzó a tener pérdidas, pero ella era la fuerte, no se le permitía mostrar algo de flaqueza. Cuando murió su padre, pensó que debería comportarse como un hombre y ahogó en alcohol sus lágrimas. Veinticuatro horas duró su luto. "La vida sigue, sal y trabaja". Cuando su hija estuvo a punto de morir, se fue a las tiendas y compró todo lo que pudo ahogando con cosas innecesarias y superfluas el agua salada que no debía mostrar a nadie. "No es tu dolor, ni tienes el derecho, no fuiste tú la que estuvo a punto de morir, deja el drama y apoya". Cuando su hijo se debatía entre la vida y la muerte en un hospital, le dijeron: "Si quieres llorar, hazlo en donde nadie te vea, sal de aquí, que tus lágrimas nada remedian". Muchos años después, le fue arrebatado el derecho de siquiera mirar al ser que más amaba en el mundo. En esa ocasión, fueron mucho más duros con ella. Se le dijo: "En esta película no llevas siquiera el papel de comparsa" ¿Porqué crees siempre que tu dolor es el más grande? ¡No eres tú el centro del universo! Debes pensar más en los demás y apoyar".


Así que, esa mujer que yo conozco dejó de llorar agua salada y comenzó a llorar sangre. "De alguna manera tendrá que salir este dolor, -se dijo-, si no soportan mis lágrimas ahora tendrán que mirar mi sangre. Quizá es sólo que no les gusta la ausencia de color y prefieran el color rojo. Pero para su sorpresa, no fue así y entonces le dijeron: ¡Eres el colmo del chantaje! ¿Porqué simplemente no te callas y te quedas quieta?


Y esa mujer que yo conozco, obedeció por que lo había hecho siempre. Se quedó quieta, sin aspavientos, sin lágrimas y sin sangre. Cuando la encontraron estaba incluso cuidadosamente maquillada y vestida toda de blanco. Tremendamente quieta y horrorosamente seca. Tenía una carta en sus manos. En ella pedía que en su tumba pusieran una pequeña efigie suya en la que estuviera llorando. Las lágrimas de piedra no molestan a nadie. Ahí, en la soledad del cementerio, dicen los que pasan por su sepultura, que a veces ven caer a la lápida, pequeñas piedrecillas que emanan de sus ojos.

miércoles, 20 de mayo de 2009

MALENA


Se llamaba Malena y era mi madre. Nací de su vientre apenas estrenado, pues soy la segunda de siete hijos. Durante nueve meses me alimenté de su carne y de su sangre -como todos los que en este mundo vivimos-, después, de su tibia y dulce leche. Toda mi existencia, de su Ser.


Junto con ella, venían dos abuelos y ningún tío, pues fue hija única. Nunca eché de menos una parentela materna, ellos tres lo llenaban todo y aún más. Claro que también tuve un padre, y en este caso, uno que sí lo fue, que siempre estuvo ahí, en las buenas y en las malas, como debe ser. En fin, tuve una familia, que es mucho más de lo que muchos pueden afirmar.


Pero ahora sólo quiero hablar de mi madre y temo demasiado que su figura es tan grande -la de todas las madres-, que no existe la manera de no caer en lugares comunes. Espero no hacerlo, porque, aunque todas las madres del mundo nos parecemos, decimos las mismas frases, echamos las mismas maldiciones, somos igual de intolerantes, con tales o cuales situaciones y extremadamente celosas con nuestros hijos, diré algo en nuestra defensa: Todo lo hacemos por amor. Y es tremendamente injusto para todos, que nos demos cuenta de que así es, sólo cuando nuestra madre ya no está con nosotros.


Mi madre nunca fue una mamá común y corriente. No. Mi madre fue la peor de las madres. No se asusten, les explico.


Mi madre nunca me dejó llorar, nunca esperó a que yo tuviera hambre para darme de comer, jamás habría permitido que un poco de frío estremeciera mi cuerpo ni que la lluvia mojara mis pies; Nunca me dejó comer fruta verde, trepar a las bardas, bañarme en un río. Si el calor era fuerte, y yo nací a orillas del mar, podía quedarse sentada durante horas abanicando el aire para que yo no sudara. Mi madre tejía, cosía, bordaba, perfumaba y adornaba la ropa que me ponía. Hasta hace poco tiempo, en mi cuerpo no había ni una sola cicatriz a causa de caídas o tropezones. Nunca me descalabré, porque ahí estaba ella siempre, como una sombra benefactora. Ahora, y casi al final de mi vida, hay algunas cicatrices, pero tengo la completa seguridad de que de haber estado ella a mi lado, no existirían.


Me enseñó a leer y a escribir a una edad en que todos los niños sólo están en el mundo para jugar y divertirse. En cuanto pude entender el significado de esos extraños símbolos llamados letras, me habló de México, de Cuauhtémoc, de Hidalgo y Morelos; de Juárez, de Madero y de Villa. Aún puedo verla bajo la resplandeciente luz de tardes memorables, tratando de esconder una lágrima que escurría por sus mejillas cuando nos narraba la caída de la Gran Tenochtitlan.


Mi madre mandaba a hacer para mí un vestido nuevo para cada domingo mientras fui niña. Elaboraba mis cuadernos con sus blanquísimas manos e inventaba recetas cada día para sorprendernos. Horneaba los más deliciosos pasteles y creaba los más ricos helados para el regreso de la escuela. La recuerdo afanada con una garrafa que compró a unos árabes hasta que logró hacer las más deliciosas nieves que se hayan probado en el mundo. Nunca, ni a mí ni a mis hermanos, nos picó un insecto, ahí estaba ella para alejarlos. Malena fue acumulando un adeudo imposible de pagar. Por estas razones, mis hermanos y yo, la consideramos durante mucho tiempo, "la peor de las madres".


Pero llegó el tiempo de abandonar su casa llena de rosas y árboles frutales, de olor a pan recién horneado y nieves suculentas, para hacer mi vida. ¡Claro que también me dijo que ese camino no era el seguro ni el verdadero!, pero no la escuché y me fui sin volver la vista después de pronunciar la consabida frase: "Es mi vida, no tienes ningún derecho a intervenir en ella"


Hoy, en este día nublado, sólo sé que estoy triste, tan triste que en todo el universo no queda un sólo resquicio para otro sentimiento que no sea sobre mi madre. Dije que había sido la peor de todas las madres, porque hasta ahora comprendo que todas las madres somos iguales y que el Creador en caso de que exista, no debió hacernos tan ciegos. Ahora, sé que nunca el mundo volverá a ser como cuando ella estaba iluminándolo todo. Hasta ahora comprendo porqué no fuimos como los demás niños. Hasta ahora sé, que todo lo que he hecho en la vida, se sembró en mis primeros años. Mi madre nos enseñó a no perder el tiempo, nos dijo que la vida era muy corta y que estábamos aquí para aprender, para enseñar, para dejar siquiera una pequeña huella de nuestro paso por el mundo.
Ya no siento la nostalgia de Borges cuando nos dijo que le habían quedado muchas cosas por hacer y la tremenda tristeza por no haberlas hecho. No. Yo no la siento, mamá. Hiciste lo que debías y lo hiciste bien. Las cosas importantes en la vida no están en pensar que va a durar eternamente, sino en saber aprovechar el poco tiempo que tenemos.

Malena ya no está aquí; su vela, la que iluminaba mi mundo, se fue apagando poco a poco, como no queriendo dejarnos solos, como queriendo decir con su débil presencia que ahí estaba y que mientras su cansado corazón no se detuviera, seguiría latiendo sólo por nosotros. Ahora sé, que el corazón de una madre no es como los demás corazones. No hace tic, tac, tic, tac, no; en cada latido nos dice: te amo, te amo, te amo. Aún más allá del cansancio, de la desesperanza, de la muerte, siempre estaré contigo, hasta que Dios permita que volvamos a vernos, en algún lugar, en algún tiempo y para los siglos de los siglos...


Ella se llamaba Malena y era mi madre.

viernes, 15 de mayo de 2009

Ignorancia: la más apocalíptica de las plagas



Las tres últimas semanas todo el mundo -literalmente-, estuvo pendiente de "la epidemia del siglo". Durante muchos días, la población mexicana fue protagonista de una película de ciencia ficción en la que todos tuvimos que hacer el papel de extras, aún en contra de nuestra voluntad, al menos de la mía. Desde que se dió la noticia de que todos moriríamos en breve plazo, si no seguíamos las instrucciones para estornudar, toser, comer e ir al baño, yo me dediqué a patrullar esta inmensa ciudad de norte a sur y de este a oeste. Mucho me admiré al darme cuenta de que en el Estado de México -, léase Satélite y anexas-, las cosas eran diferentes. Ahí eran pocos los que llevaban cubrebocas o estaban encerrados en sus casas. ¿Sería acaso que el dichoso virus sólo se dedicaba a matar chilangos? Un poco después la medida se convirtió en llamada nacional y entonces fue todo el país el que tuvo que dejar todos sus pendientes y dedicarse a mirar películas en casita, lo que hizo que Blockbuster hiciera su agosto en plenos abril y mayo, porque de ponerse a leer, de eso nada, ni siquiera en defensa propia. Se trataba de embrutecerse, (¿más?), de no pensar, de emorracharse hasta caer inconcientes, de tragar hasta hartarse, y ¿porqué no? de pelear a más no poder, porque la familia junta, ni difunta. Fueron días de niños golpeados, esposos divorciados, padres corridos y abuelos envenenados.

Y ni hablar de la imagen de México a nivel mundial, ya de por sí bastante deteriorada a causa de la tremenda e imparable violencia que nos aqueja. Ahora no sólo nos temen, nos tienen asco. Y tendrán que pasar muchos meses para poder deshacernos de tal estigma. Les dimos el mejor pretexto para no recibirnos en sus países ni venir al nuestro. Yo me pregunto: ¿Porqué no fue la misma reacción mundial hacia los gringos?. Hay, en este momento, y desgraciadamente seguirán habiendo, muchos interrogantes al respecto, y más desgraciadamente aún, pasará mucho tiempo para que obtengamos las primeras respuestas verdaderas. Quizá cuando nuestro actual presidente tenga ochenta años y Carmen Aristegui vaya (ya muy ancianita también), a entrevistarlo a su casa (?) y se decida a revelar los verdaderos motivos que se tuvieron para haber paralizado al país a costa del más tremendo costo y enmedio de la más grande de las crisis, sepamos algo de la verdadera verdad.

Yo personalmente odio la rumorología, (léase: Teoría del rumor), o sea, no me voy a sumar a la bola de pendejos que se dedicaron a querer llevar agua a su molino elaborando los rumores más inverosímiles acerca de lo que estaba pasando. Sólo voy a relatar a grandes rasgos lo que YO ví.

Ví calles, plazas, jardines, centros comerciales, templos, gimnasios, salones de belleza, viaductos, circuitos, segundos pisos, periféricos, antros, restaurantes, burdeles, hoteles, cines, escuelas, universidades, bazares, tianguis...y todo lo que pueda olvidar en este momento:VACÍOS. Sólo unos cuantos automóviles circulaban aquí y allá, y al volante iba algún imbécil solitario que aún así, llevaba puesto el cubrebocas, digo, imbécil no por solitario, sino por llevar el cubrebocas. ¿Pues no que el mexicano no teme a la muerte y se la come en forma de calaveritas de azúcar? Cuando yo vuelva a escuchar eso el próximo 2 de noviembre, le rompo la cara a quien lo diga. ¡Palabra que sí! No crean, también me dí una vuelta a los hospitales, pero no a las salas de espera, en donde el miedo hizo que la ignorante población cayera como una plaga apocalíptica al menor estornudo, sino a la puerta por donde sacan los cadáveres, ahí estuve varias noches y les juro que no ví salir más que la cantidad normal de muertos que naturalmente tiene que dejar esta vida. Y les juro que chequé varios hositales, del gobierno y particulares. Claro, era materialmente imposible que con sólo menos de 70 fallecidos en todo el territorio nacional, me tocara ver a algunos.

Por otro lado, también ví los medios de transporte retacados hasta el techo, parecían camiones de aquella memorable caricatura que lamentablemente ya no encuentro en los puestos de revistas: La familia Burrón. Nada más se miraban narices, y lo peor, sin cubrebocas. El nombre equivocado de ese adminículo, hizo que la mayoría de mexicanos lo tomaran al pie de la letra y no cubrían su nariz, habría que buscarle otro nombre. ¿Qué les parece cubrenaribocas? Mientras toda la planta comercial del país se cerraba como medida precautoria para que la epidemia no se diseminara por todos lados, el metro, los trolebuses, los micros y los metrobuses no guardaban ninguna medida, como siempre, llevaban gente colgando de sus puertas y nadie hizo nada para evitarlo. ¿Qué pasó, míster Súperman? -Léase Ebrard-, y le digo así, porque aunque ustedes no lo crean, a algunas miserables mujeres les parece guapo y así le nombran. Esa era la manera más segura de que cualquier epidemia se diseminara por todos lados y ahí nunca se hizo nada, ¿No les parece muy sospechoso? No soporto el rumor, pero me encanta el sospechosismo.

Pero, ¡agárrense de las manos! o de donde puedan, resulta ser que no TODO estaba vacío. También me dí una vuelta por la sede de los principales partidos políticos y...¿Qué creen? Pues que ahí sí había gente, y mucha, y trabajando a marchas forzadas para la próxima campaña política. Los ví entrar y salir de sus madrigueras apresurados e ilusionados de que "ahora sí, ahora sí la vamos a hacer". También había gente en La Asamblea Legislativa del D. F., la Cámara de Diputados, la de Senadores y La Tremenda Corte. Me puse a pensar en el cuento que de niña me contaba mi abuela, y las abuelas de todos ustedes: la del lobo, ¿se acuerdan? ¡Ahí viene el lobo, ahí viene el lobo!, el peligro es que después de varias veces de mentir, el lobo sí aparece y se los come a todos.

¡Ah, se me olvidaba! Y Hablando de animales tengo que mencionar también a unos animalitos simpáticos, gruñidores, gorditos y sobre todo...¡sabrosísimos! -los inefables cerditos-, no comparar con los políticos de este país, por favor, que salieron con su bella imagen tremendamente dañada, digo, los cerditos. Ahora resulta que se llevará a cabo una tremenda comilona (estilo Fellini) de carnitas, con sus tortillas recién hechas y su salsita y ¿porqué no? su tequilita, para demostrar que su dulce y suave carne no es tóxica. Lo insólito de todo ésto, es que asistirán a ese banquete, las Fuerzas Armadas, los petroleros y los diputados. ¡Háganme ustedes el favor, por Dios y su santísima Madre! Lo que no sé ni me imagino, es porqué no invitaron también al sindicato de maestros y a su líder, más bien sí imagino: hubiera sido un caso de antropofagia y monseñor Rivera Carrera hubiera rasgado sus vestiduras, aún cuando a mí me parece que debió ser el Primer Invitado, debe demostrar con hechos su inamovible fe en Dios, ¿no creen?. Ya que no pueden asistir al Banquete de Platón, que asistan al de carnitas.
Buen Señor Dios, te hago un reclamo: ¿Porqué sólo nombras a cuatro jinetes del Apocalipsis? A saber: el hambre, la guerra, la muerte y la peste. Yo me atrevo a poner un QUINTO JINETE, la IGNORANCIA, sin la cual no existirían tres de ellos. ¿Me permites que enmiende un poco la plana?

Bueno, eso ví YO y así mismo se los paso.