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sábado, 2 de agosto de 2008

El gran gusano



Aquí, en San Jerónimo, a unas cuadras de mi casa, respirando el mismo aire que yo, vive el Gran gusano. Frente a su inmensa y lujosa casa se encuentran siempre varias tanquetas militares y un número indeterminado de soldados que cuidan su sueño, que vigilan su respiración. El Gran gusano vaga por los corredores y los bellos jardines ensuciando con su presencia el mundo en el que vivimos. Contra lo que podamos pensar, no camina en cuatro patas ni se arrastra, más bien se yergue en sólo dos y mira astutamente con sus ojillos emponzoñados hacia las altas bardas que lo circundan. Se pasea pensativo con las manos enlazadas en la espalda, recuerda los viejos tiempos y un estremecimiento de placer malévolo recorre su viejo y enjuto cuerpo. Un gran suspiro estremece su pecho y se sienta cansado en un confortable sillón de jardín. Varios hombres lo miran de lejos silenciosamente, tratando de adivinar su pensamiento, anhelando que esos ojillos de rata se posen siquiera por un momento en ellos, que sus manos manchadas, temblorosas y viejas, les hagan una seña, que su voz los llame...


El Gusano permanece quieto y callado, cierra por un largo momento sus ojos y vuelve a suspirar. Uno de los hombres se acerca solícito -¿Se le ofrece algo, señor licenciado?- él levanta una mano como si espantara un bicho que le molesta o un recuerdo que viene terco a su memoria, el hombre se retira con la cabeza gacha y expresión de perro apaleado, los otros lo miran con burla. Hay tanto silencio y tanta inmovilidad en el jardín que los colibríes vuelan desvergonzadamente entre las flores, a lo lejos se escucha el sonido de los automóviles que surcan una avenida cercana. El rostro del hombre sentado no refleja ninguna emoción, ningún sentimiento, semeja el rostro de algún ídolo precolombino, de una terrible deidad del pasado.


Los que lo conocen, los que tienen el privilegio de compartir con él sus pensamientos dicen que aún está fuerte, que aún tiene agallas para poner a temblar a más de uno, que todavía tiene poder...Y lo dicen en voz baja, con veneración, con respeto, con terror. Yo sólo sé que en ese cuerpo viejo que comienza a pudrirse lenta e inexorablemente aún habitan deseos inconfesables, ansias eternas de regresar a tiempos pasados que no deberán volver jamás, que todos deberíamos aplastar como si se tratara de huevos de serpientes venenosas. Habitan también en ese pecho cansado recuerdos de voces, de gritos de terror y angustia, cuerpos de guerrilleros destrozados en una barranca, sonidos de metralla, ruedas de metal arrastrándose por el asfalto y cuando cierra sus ojillos de roedor mira una y otra vez la luz de una bengala que ilumina una noche oscura y lluviosa, que alumbra los rostros aterrorizados de cientos de jóvenes que murieron sin saber qué pasaba, por qué una bala detenía su pensamiento, por qué un culatazo destrozaba sus ideas, por qué una bayoneta traspasaba su corazón, ¿porqué, porqué, porqué?


Cinco presidentes, cinco reyecillos enanos vinieron a mandar en este país después de él, formando un auténtico pentagrama de maldad, de ambición, de abyecta servidumbre; cinco mandatarios que no han tenido el valor de enfrentarlo a la justicia. Y la nula memoria de este pueblo que se niega a crecer, que hace mucho tiempo dejó de ser surrealista para entrar en un simple balbuceo incoherente sin palabras, sin ideas, sin futuro. Treinta años que han roto el orden cósmico del águila real, que ahora es sólo un remedo de glorias pasadas.


Cinco presidentes permitieron que el Gusano envejeciera para así poder eludir el brazo de la justicia, que purgará desde su hermoso búnker la condena que se ganó a pulso. Ni hablar, licenciado, hay de esperas a esperas, la suya ha sido muy cómoda, pero habría que preguntar a las madres que aún deambulan tocando puertas pidiendo justicia. Que no han agotado su caudal de lágrimas y que esperan ingenuamente a que en "el país del no pasa nada", alguien tenga los suficientes pantalones para meterlo en la ratonera de donde nunca debió haber salido. Que saben y no olvidan, que tienen la certeza de que el dolor no prescribe.


Sé que el Gusano morirá algún día porque no es eterno, exhalará su último suspiro con asombro, porque cree que las deidades arcanas no mueren nunca, sé que morirá en una cama rodeado de sus seres queridos, del círculo de incondicionales que aplauden cada vez que habla. Y que las cámaras de la televisión más corrupta del mundo, estarán instaladas en esta calle de San Jerónimo, tan cerca de mi casa, para dar la noticia de su muerte primero que nadie, que los reporteros de los periódicos pasarán hambre y frío con tal de obtener la premisa, que la radio estará pendiente para mantener al pueblo informado antes que ningún otro medio. Pero sé también que rodeando su cama, estarán otros, otros que nadie verá, que nadie tomará en cuenta, pero que han esperado mucho tiempo para confirmar que ese ídolo impasible no era Dios, ni era eterno, que era sólo un pequeño gusano que alguna vez hizo los mandados a la puta en turno de su antecesor, que lamió botas, que dobló sus rodillas ante muchos, que tembló de miedo, que lloró de terror, que era sólo un gusano...

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