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lunes, 29 de septiembre de 2008

SOBRE HÉROES Y TUMBAS




Sé que la muerte está a una distancia de mí tan cercana, que a veces la toco, la huelo, la siento, la escucho y la amo. ¿Porqué no debería ser así? Está tan cerca de mi y de todos los que creemos ser eternos y perdemos el escaso y valioso tiempo que nos han otorgado para estar en este caótico -pero bello a pesar de todo- mundo, que ya le perdimos el miedo y el respeto que debería inspirarnos. Ha sido mi eterna compañera, la amiga más sincera, la más cercana, la que nunca me ha dicho que tiene otras cosas más importantes qué hacer que escucharme y aconsejarme a lo largo de mi vida. Sé que siempre estará ahí, al alcance de mi mano, esperándome.


Creo, al casi final de mi vida que yo nunca he perdido el tiempo, por eso, no puedo ir en su búsqueda y al contrario de Borges, no siento nostalgia por las cosas no hechas, por los besos no dados, por los abrazos perdidos, por la música no escuchada, por las copas no tomadas, por las misas a las que no quise asistir, por las montañas que no escalé, por los mares que no conoceré, sólo siento que aún hay muchos libros que aún debo leer, conocer, amar, poseer y atesorar, antes de que mi amiga inseparable decida que el tiempo se ha acabado.


Uno en especial que me buscaba hace muchos años, uno por el que revolví bibliotecas y librerías, uno por el que gasté la suela de muchos zapatos e invertí -no perdí- muchas horas en su búsqueda, que anduve por calles y callejones de esta inmensa ciudad en la que habito, uno acerca del cual me habló un amigo argentino muy querido que ya no está porque no tuve el valor de detenerlo. Sobre héroes y tumbas, se llama y Ernesto Sábato es el autor. Doy gracias a los dioses de haberlo encontrado y haber tenido el tiempo para leerlo, comprenderlo y amarlo. Ahora estoy en paz. Quedan en el camino, muchos más, millones y millones de ellos, pero sé que es imposible leerlos todos en el espacio de tiempo tan corto como es el que ocupa una simple y anónima vida humana como la mía. Hice lo que pude y aún más, más allá del dolor, el cansancio, el desconsuelo y la desesperación, los libros y la muerte han sido mis eternos, queribles y apasionadamente amados compañeros. Han llenado sin pedirme nada a cambio, todos los huecos terribles y silenciosos que han dejado los que han partido sin siquiera decir adiós; los huecos del desamor y el olvido, los pavorosos hoyos negros de la soledad absoluta.


En este espacio tenebroso y oscuro, sacudido por terremotos y barrido por huracanes, como dice Sábato, siempre estará el consuelo de abrazarse a un libro, de tomarlo cual si fuera un tabla de salvación enmedio de la peor de las tempestades y esperar junto a él a que salga de nuevo el sol, y si nuestro pequeño y cansado sol se negara a seguir dándonos vida, sé que los dioses ya no estarían tan dispuestos a sacrificar su sagrada existencia por nosotros y aún así, nos llevaríamos la luz de unos cuantos libros. Porque haber leído, hemos leído miles, pero siendo sinceros, sólo unos cuantos nos acompañarán en el viaje sin retorno, sólo unos cuántos...


Sobre héroes y tumbas descansamos, sobre héroes y tumbas vivimos una existencia sin sentido ni meta, sobre héroes y tumbas soñamos y morimos sin darnos cuenta siquiera de que estamos aquí precisamente porque hubo héroes que descansan ¿o no? en sus tumbas solitarias y olvidadas a las que llevamos flores, sobre las que cantamos himnos y desparramamos palabras, y después, sólo unos instantes después, abandonamos, hasta el próximo año, hasta que nos alcance la vida.